lunes, 19 de noviembre de 2007

Hay que usar profilacticos.

En fecha reciente, Unicef dio a conocer un estudio referido a los menores afectados por el sida en el área de la ciudad de Buenos Aires. Se trata de un trabajo en el cual se consideraron 1807 casos de pacientes comprendidos entre las edades de 0 a 18 años, tratados en un total de 69 hospitales y centros de salud del área metropolitana porteña. Todo el contenido de ese análisis es revelador de que esa enfermedad infecciosa sigue siendo un problema gravísimo que, sin exagerar, afecta al conjunto de la humanidad, pero se está ensañando de manera particular con los sectores de menor edad y, por ende, más inexpertos de nuestra sociedad.

Se actualiza en el desarrollo de aquel trabajo el dramático cuadro de la niñez y la adolescencia que padecen esta cruel enfermedad, que, por una parte, condiciona la existencia de quienes sufren la infección, que debilita sus defensas, y que, por otra, pone en marcha modalidades de discriminación social cargadas de prejuicios que son fruto del conocimiento escaso o deficiente de la realidad del mal y de sus formas de adquisición y de contagio.

Varios fueron los objetivos que se propuso Unicef al realizar el informe: entre ellos, cómo determinar el número de menores infectados y cuántos se encuentran en condiciones de orfandad; así, también, interesó establecer en qué medida esos niños y esos adolescentes completan los años de la enseñanza obligatoria, cuáles son las dificultades adicionales con las cuales tropiezan y qué derechos universalmente reconocidos no pueden ejercer.

De acuerdo con los datos recogidos, sobre un total de 2691 casos registrados en el país, poco más de la mitad habitan en el área de la ciudad de Buenos Aires. De éstos, el 93% fue infectado por la madre, durante el embarazo, el parto o la lactancia, transmisión vertical, como se la denomina, que hoy puede evitarse porque se ha avanzado en el desarrollo y la producción de medicamentos que permiten preservar al feto.

Más de la mitad de los menores enfermos son huérfanos y, por lo general, es la familia ampliada, especialmente representada por los abuelos, la que se hace cargo de ellos y tiene que dar los pasos imprescindibles para poder obtener las drogas recomendadas -un 80 por ciento las recibe-, vigilar que su administración se concrete, evitar contagios y prodigar la contención afectiva indispensable.

Los problemas crecen en el caso de los menores que, quedando en la orfandad, carecen de familiares que asuman la responsabilidad de recibirlos. Esto ocurre en un 14,5 por ciento de los enfermos, que, luego de una intervención judicial, son institucionalizados. Los sufrimientos aumentan porque la contención afectiva en ese ámbito es insuficiente. En situaciones de esa clase, es la comunidad la que tiene que salir al cruce de este compromiso a través de organizaciones o personas que se brinden para proveer el apoyo necesario.

La pandemia que desató el virus del sida en el mundo desde 1979 amenaza más a los países pobres y a los sectores menos informados de la población. Dentro del creciente conjunto de víctimas de esta enfermedad, conmueve sobre todo el padecimiento de los menores, que merecen afecto, cuidado social, atención médica y respeto por sus derechos.
LANACION.com | Opinión | Lunes 19 de noviembre de 2007

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