jueves, 15 de noviembre de 2007

El futuro gabinete de ministros

El anunciado gabinete de ministros que acompañará a la futura presidenta de los argentinos, Cristina Fernández de Kirchner, parece indicar que el próximo gobierno nacional, al menos en sus primeros tiempos, estará mucho más orientado a la continuidad que al cambio con el que, durante la campaña proselitista, la candidata oficialista pretendió seducir a parte del electorado.

La ratificación de la mayoría de las personas que hoy ocupan ministerios contradice, de alguna manera, las expectativas generadas por la propia presidenta electa, cuando en su primer discurso tras las elecciones realizó una amplia convocatoria a quienes la votaron y a quienes no la votaron.

Desde ya que la futura titular del Poder Ejecutivo Nacional tiene todo el derecho, además del deber, de elegir como miembros de su gabinete a las personas que mayor confianza le merezcan y que, a su juicio, estén más capacitadas para llevar a cabo sus objetivos de gestión. Pero no puede impedir ello la posibilidad de formular distintas objeciones en particular.

Sorprende, en primer lugar, que en el medio de una indisimulable pugna por espacios de poder entre el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, se haya ratificado a ambas figuras en sus respectivos cargos.

Llama negativamente la atención, también, que se haya premiado con el Ministerio de Justicia al devaluado ministro del Interior, Aníbal Fernández. Tanto porque su gestión ha dejado mucho que desear en materia de seguridad -una de las principales asignaturas pendientes del actual Gobierno- como por su escasa preparación para el cargo al cual se lo propone.

La designación de Martín Loustau al frente del Ministerio de Economía ha despertado, por un lado, merecidos elogios. Se trata, por cierto, de un economista con una muy buena formación y una no menor experiencia, sobre todo como presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, pese a su juventud. Sin embargo, sólo podrá abrirse un juicio más definitivo cuando se conozcan sus planes para enfrentar el proceso inflacionario que las autoridades actuales se han empeñado en negar y, fundamentalmente, cuando se conozcan los alcances de la función que tendrá el titular del Palacio de Hacienda. Basta con recordar que, desde el alejamiento de Roberto Lavagna del gobierno kirchnerista, el ministro de Economía ha sido un funcionario secundario que ni siquiera tuvo la posibilidad de encarrilar órganos como el Indec o imponerse sobre secretarios de Estado, como el de Comercio Interior, que parecen reportar directamente a la Casa Rosada antes que a su superior inmediato.

No dejan de ser datos auspiciosos los nombramientos de Juan Carlos Tedesco al frente de la cartera de Educación y de Lino Barañao en el área de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, que pasará a tener jerarquía de ministerio. En ambos casos, se trata de especialistas en estos temas, al tiempo que Tedesco, quien viene desempeñándose como viceministro de Educación, podrá continuar una serie de planes que con éxito ha iniciado el actual ministro, Daniel Filmus.

Del mismo modo, parece atinada la decisión de promover a la titular del PAMI, Graciela Ocaña, a la cartera de Salud, y habrá que confiar en la experiencia del ministro de Gobierno bonaerense, Florencio Randazzo, para el Ministerio del Interior.

En la gestión de Néstor Kirchner, salvo unas pocas excepciones, los ministros no se han caracterizado por su protagonismo, hasta tal punto que desaparecieron las habituales reuniones de gabinete. El estilo del titular del Poder Ejecutivo ha sido en estos años incompatible con la existencia de superministros y se ha caracterizado por el verticalismo, la concentración del poder y de las decisiones, y por rasgos propios del hiperpresidencialismo.

Resulta obvio que en este esquema de poder, los nombres de los ministros pasan a un segundo plano. Desde luego, sería deseable que la futura presidenta, por su propio bien y por el bien de todos, intentara desarmar ese estilo de gobierno, al tiempo que buscara abandonar un modelo de adjudicación de obras públicas que ha dado evidentes señales de estar viciado de corrupción. La permanencia en el próximo gabinete de funcionarios vinculados con este modelo dista de ser una buena señal en el sentido deseado.
Fuente: La Nación

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