Soslayando la superficialidad iconoclasta de las historias de consumo mediático a la moda, será mucho más fructífero releer, por ejemplo, La generación del 80 y su proyecto (Oscar Cornblit, Ezequiel Gallo y Alfredo O’Connell, 1962) y advertir que lejos estuvo ella de ser puro altruismo, consenso y clarividencia; también mostró divisiones, errores y enconos apasionados. Además, sus logros fueron posibles por el fuerte viento de cola de la belle époque, con su valorización vertiginosa de las pampas argentinas y su capacidad de albergar a millones de inmigrantes, que escapaban de hambrunas y otros males europeos.
Pero el halo de grandeza que aún conserva esta generación se funda sólidamente en su visión de largo plazo, en su apuesta por la educación y en una vasta construcción institucional que incluyó tempranamente el voto masculino universal.
¿Qué decir del presente? Sin pretensiones de igualar lo inigualable, ¿hay signos del nacimiento de una dirigencia política y social con parejas apuestas al futuro, a la educación, a las instituciones y, exigencias del siglo, capaz también de representar genuinamente los mandatos de la sociedad y no las pasiones hegemónicas de los caudillos o aparatos de turno? En coincidencia con Carlos Helbling, mi respuesta es afirmativa. Está surgiendo, de abajo hacia arriba, una nueva dirigencia política y social con renovados estándares éticos, aunque todavía sin entidad suficiente para garantizar que aprovecharemos cabalmente la inédita oportunidad que el mundo nos ofrece.
La vemos nacer, al menos, en cuatro lugares de nuestra geografía social. En los resultados electorales de Tierra del Fuego, la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Neuquén y aun Salta o Mendoza, cuya enumeración revela que no me refiero a ideologías, sino a nuevos modos de hacer política que también han mostrado algunos de los principales liderazgos nacionales de la oposición.
En segundo lugar, en muchas ciudades se perfilan intendentes de nuevo cuño, desde Inriville hasta Zárate, desde Neuquén hasta Rosario, desde Córdoba hasta partidos del Gran Buenos Aires en los que fueron derrotadas las viejas maquinarias.
Florecen, en tercer lugar, nuevos liderazgos sociales en dirigentes de base que se niegan a ser presa del clientelismo y las dádivas, y en empresarios o líderes lisos y llanos que se han dado cuenta de que un país no puede edificarse sólidamente con la dolorosa exclusión social de la Argentina de hoy.
Hay, en fin, una creciente oferta y demanda de programas de capacitación de dirigentes públicos y también de fomento de la amistad cívica, como la que promueve notablemente la Red de Acción Política (RAP).
Por Juan J. Llach
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