domingo, 28 de octubre de 2007

Habla la ex primera dama de Francia

—¿Por qué aceptó este reportaje?
—Pienso que debo explicar las razones por las que no quiero continuar en este papel, si es que existe, de primera dama de Francia; es decir, las razones de por qué pedí el divorcio y las razones por las cuales me voy a retirar de la vida pública. Pienso que debo explicaciones de mis decisiones a la gente, que se debe hacer todas estas preguntas.
—Usted acaba de avanzar con dos elementos esenciales: su retirada de la vida pública y su divorcio. ¿Cuál de ellos es el primordial para usted? ¿Uno explica el otro?
—No es posible disociar las dos cosas. Hace dos años hubo en mi vida un acontecimiento infeliz, que Francia conoce. Porque siendo una mujer mediática debido a las funciones de mi marido, Nicolas Sarkozy, todo lo que sucede en mi vida debe ser explicado. En 2005, conocí a una persona, me enamoré y me fui a vivir con él, tal vez un poco precipitadamente por el contexto todavía mediático en el que me movía en aquella época. Quise comportarme correctamente y volví a mi pareja para intentar reconstruir algo, para retornar a los principios que estoy habituada y en los cuales fui educada. Pero, todo pasó con gran rapidez y sin que yo pudiera administrar completamente las circunstancias. En los últimos dos años no hablé más de esto. Esta vida pública no tiene nada que ver conmigo, no tiene nada que ver con aquello que soy en lo más hondo de mí; yo soy una persona a la que le gusta quedar en la sombra, que le gusta la serenidad, la tranquilidad. Mi marido era una figura pública, siempre supe eso y lo acompañé durante veinte años. Esta lucha lo llevó a un lugar fantástico para él porque es un hombre de Estado, un hombre capaz de hacer mucho por Francia y por los franceses. Pero pienso que ése no es mi lugar, ya no es mi lugar. Y, tal como dicen frecuentemente los periodistas y cronistas, se eligió a un hombre, no a una pareja.
—Para usted, ¿la llegada de Nicolas Sarkozy al Elíseo, a la sede de la Presidencia, fue como el fin de un ciclo? ¿Usted, de alguna forma, ya cumplió una misión?
—No, está mezclando la vida privada con la vida pública. Pero es verdad que, cuando una se casa con un político, la vida privada y la vida publica se vuelven una sola. Entonces, empiezan los problemas. Por eso, nunca te cases con un político porque lo primero que pierdes es tu vida privada. Yo no cumplí ninguna misión. Soy una mujer que participa, que tiene la necesidad de probar, más a mí misma que a los otros, que es capaz de hacer ciertas cosas. Por eso, durante 20 años, libré un combate, una lucha cerca de aquel que era mi marido, en la que hubo también momentos interesantes, apasionantes, porque la política es apasionante. En el caso de él, es como un violinista que recibe un Stradivarius: de repente, tiene la oportunidad de ejercer su arte. En mi caso, no es la misma cosa: trabajé a su lado, pero no fui elegida ni tenía ganas de ser elegida. Esta es una de las razones por las cuales ése no era mi lugar.
—Sin entrar en su vida privada, ¿podría decirnos algunas de las razones que la llevaron a tomar la decisión de divorciarse?
—Lo que me pasó también les ocurrió a millones de personas: un día, uno de los dos ya no tiene su lugar en la pareja. La pareja deja de ser la cosa esencial de la vida de esta persona, ya no funciona, ya no resulta. Las razones son inexplicables; les sucede a muchas personas. Pasó con nosotros. Como tenemos algunos principios, intentamos reconstruir, poner la familia ante todo lo demás; poner en pie esa familia reconstruida de la que todos los franceses hablaron, hacer de ella la prioridad; pero ya no era posible. Intentamos todo, intenté todo, pero, simplemente, ya no era posible.
—¿Es la crisis de su matrimonio la que explica su ausencia de varias ceremonias oficiales y viajes donde todos esperaban que estuviese?
—La crisis no llega de un día para el otro. Volví a casa hace un año. Durante un año, intenté participar personalmente, pero eso no funcionaba bien todos los días. Durante la reu-nión del Grupo de los 8 (el encuentro entre los líderes de los países desarrollados más Rusia, NDR), preferí alejarme porque aquél no era mi lugar. Si no fui a votar, fue porque ya no me sentía bien, porque no era el momento de aparecer. Pienso que los franceses comprenden que hay momentos en la vida en que nos sentimos menos bien que en otros, que estas crisis pueden suceder con cualquier persona. Por eso, preferí no aparecer. Preferí no exponerme y protegerme. Una de las perversiones de mi posición es la obligación de dar explicaciones sobre mi necesidad de vivir tranquilamente, escondida.
—Al mismo tiempo, el hecho de no verla donde todos la esperaban alimentó este fenómeno al que se le dio el nombre del “enigma Cecilia”, “misterio Cecilia”, detrás del cual andaban todos los medios de información.
—No hay ningún enigma, ningún misterio; hay apenas una pareja que pasa por una crisis y que intentó superarla pero no lo consiguió. Y hay un gran pudor de mi parte en no querer explicar, hablar a la prensa de cosas que, en definitiva, se refieren sólo a mí. Aun más, que mi vida privada sea explicada, disecada, con todas las aberraciones que leí, eso me hace sufrir; cualquier otra persona sufriría también. Y las personas que dijeron lo contrario no dicen la verdad: no existe ningún caparazón suficientemente sólido que nos proteja de esas cosas.
—¿Usted espera dar vuelta la página de su vida con esta decisión?
—No es lo que espero, es lo que voy hacer. Y sobre todo, voy a intentar ahora vivir discretamente y en la sombra, como me gusta.
—Puede no existir un “misterio” o un “enigma”, pero existe una paradoja: es visible que desea alejarse de los medios y del escenario propio de una primera dama, pero al mismo tiempo llevó una misión bastante espectacular en Libia, que se saldó con éxito, ya que usted consiguió algo que otros no habían podido, que fue liberar a las enfermeras búlgaras y al médico palestino. ¿Sabía que podría estar en boca de todos al regresar a Francia?
—Tomé esa decisión sin pensar en las consecuencias mediáticas. En determinando momento, hablé con Claude Guéant, secretario general de la Presidencia, que me dijo: “Voy a Libia”. Ahí, yo sentí que podía ayudar, que podía aportar una contribución.
—¿Por qué?
—Lo sentí, sentí que podía hacer alguna cosa, a pesar de que la situación estaba bloqueada desde hacía mucho tiempo. Yo le contesté: “¡Voy contigo!”. Se quedó sorprendido y le habló al presidente, que le dijo: “OK, vamos a intentarlo, llévala contigo”. Partí con Claude Guéant. En el avión, me enteré de los pormenores del caso, intenté comprenderlo y me quedé absorbida por todo ese asunto tan complejo. Cuando llegué, percibí que había cómo desbloquear las cosas. Puse en eso toda mi energía. Hice un primer viaje y luego un segundo viaje; pasé allí 50 horas, discutiendo, hablando, negociando, con unos y con otros, muchas veces con unos contra otros, para intentar conseguir la única cosa que me interesaba: liberar a esas mujeres y a ese hombre. Les había dado mi palabra, era necesario cumplirla y sentía que podía lograrlo. Era necesario dedicarme con toda mi voluntad, con toda mi alma, con toda mi rabia. Lo logré y me siento muy contenta con eso. No esperaba nada a cambio y no comprendo esta polémica. Porque mi única motivación era conseguir la liberación de aquellas personas que sufrían de manera atroz, traté sólo de hacerlas salir de la prisión. En ningún momento pensé en las consecuencias mediáticas, ni en las explicaciones que me piden, ni en nada; hice eso apenas con intención humanitaria. Y eso fue todo.
—Nicolas Sarkozy, en una entrevista reciente a la televisión, dejó entender que usted no se opondría a ser investigada por el Parlamento sobre su misión en Libia, como quieren algunos legisladores.
—Yo no tengo nada que esconder en esta historia, no hice nada malo; fui muy honesta, no me pasé de los límites: hice lo que era necesario con la ayuda de Claude Guéant y de Boris Boyon, el consejero diplomático, que estuvieron a mi lado y que velaron para que todo fuera de la mejor forma. Ahora, cuando quieren que yo pida disculpas por haber conseguido la liberación de aquellas mujeres y aquel hombre, hay ahí cualquier cosa anormal.
—¿Esta misión que hizo le da ganas de continuar con el trabajo humanitario?
—Creo que tengo bastantes ganas para eso y que también poseo tenacidad y suerte. No sé si lo haré. Pero no es apenas el caso de las enfermeras búlgaras. Siempre me dediqué a intentar darle una mano a la gente. Continuaré haciéndolo de la manera que encuentre, sea mediática o no.
—¿Pretende crear una fundación?
—No. Por el momento, no tengo ningún proyecto. Tengo ganas de hacer muchas cosas, tengo necesidad de ayudar y siento que tengo la posibilidad de auxiliar a los otros. Eso siempre hizo parte de mi naturaleza, siempre sentí esa necesidad.
—Una pregunta que mucha gente se hace: ¿Qué sintió cuando supo que Nicolas Sarkozy sería presidente de la República, al final de todos esos años de lucha?
—¡Me sentí orgullosa! Me sentí orgullosa porque es el trabajo de una vida entera. Han sido muchos los sacrificios hasta llegar allí, pero pienso que él forma parte de esa clase de hombres que ponen la carrera y la vida al servicio del Estado sin esperar nada a cambio.
—¿Es un hombre de Estado?
—Eso pienso. Pienso que Francia lo merece y que él merece a Francia. Pienso que es un hombre de Estado. Me sentí orgullosa y feliz por él. Verdaderamente, por él.
—Fueron dichas muchas cosas sobre su papel al lado de Sarkozy. ¿Usted era su consejera; tenía influencia sobre él, en sus decisiones estratégicas, en sus nombramientos? Se llegó a decir que algunos ministros le debían a usted el cargo.
—Me pone contenta poder hablar de este asunto. Nicolas no tiene absolutamente ninguna necesidad de este tipo de consejo. Busqué siempre ser para él una especie de salvaguardia, porque tengo una visión más independiente y porque mantuve siempre mi vida un poco afuera y paralela a la política. Tengo una visión más fresca y más exterior en relación con las cosas. En cambio, para todo lo que sean nominaciones, las decisiones de gobierno, yo cierro la puerta de la oficina. Nunca quise interferir en nada. En compensación, pienso que una opinión exterior totalmente desinteresada, porque no esperaba nada a cambio, es, por definición, una buena opinión.
—¿Por qué, entonces, todos esos rumores, todas esas especulaciones?
—Tal vez porque no hablé, no lo expliqué... No lo sé.
—Recientemente, murió su primer marido, Jacques Martin. ¿Debemos hacer una relación entre esa pérdida y su separación actual?
—De ninguna manera. Pero hay momentos en que el destino conspira contra usted. Jacques era un hombre notable, que me dio dos hijas magníficas, que son hoy dos jóvenes. Me siento feliz por poder prestarle un homenaje y feliz también porque mis dos hijas hayan podido constatar hasta qué punto él era un gran señor. En este momento, hay grandes perturbaciones en mi vida pero, en vez de dejarme sobrepasar por ellas, intento administrarlas. Soy una positivista incondicional. —¿Qué va hacer en los próximos días?
—Me voy a concentrar en mi familia. Y después, voy a proyectarme un futuro. No quiero vivir más en función de mi pasado. No me gusta vivir en medio de los escombros. Tengo que dar vuelta la página, aunque sea difícil en este contexto. Pero nunca lamento las decisiones que tomo. Cuando era pequeña y terminaba un dibujo, cambiaba la página y empezaba otro. Pues bien, agarré los pinceles para pintar una nueva historia.
*L’Est Républicain. Distributed by
The New York Times Syndicate.
Fuente: Perfil

No hay comentarios: