miércoles, 24 de octubre de 2007

En las internas partidarias se deben elegir a los mejores

¿La política es el reino del raciocinio o el de la pasión? ¿Es el camino de los intereses o el de su superación? ¿Es la batalla de las egolatrías o la de la vocación de servicio? ¿Cómo elegir respuesta a estos dilemas? Todos los enunciados son ciertos, pero lo que también es cierto es que si de entender la acción política se trata hay que cursar tantas materias en la Facultad de Ciencias Políticas como en la de Psicología: tan fuerte es la influencia de la personalidad de los actores en su derrotero.
Hay un contexto de visible anemia del modelo tradicional de partido político, sin reemplazo por otro nuevo, fenómeno que, si bien es mundial, ocurre mucho más crudamente en los países periféricos como el nuestro. Se esfuman los partidos como sustento de proyectos, no sólo de poder, sino de ideas innovadoras, y también como marco normativo de las conductas de los líderes. En el escenario, estos últimos quedan solos, líderes de sí mismos, con un libreto que frecuentemente muda de la pretensión de cambiarlo todo a la aceptación inconsciente, o resignada y fatalista, de casi todo, aunque el discurso convencional diga otra cosa. Son personalidades con vuelo libre en un contexto que, frecuentemente, tiende más a estimular sus defectos que a aprovechar sus virtudes. Miremos un poco, con esta óptica, nuestra propia casuística, enfrentados, como estamos, a una elección presidencial.
Todos nosotros, como ciudadanas y ciudadanos, pretendemos elegir a los más aptos para gobernar. O no, si, como recuerda Castoriadis que sucede con frecuencia, “la selección de los más aptos es la selección de los más aptos para hacerse elegir”. Por eso, lector o lectora, no haga caso del primer párrafo: es sólo una metáfora. La política no es cosa de expertos. Sigue siendo, como en la vieja Grecia, opinión de ciudadanos que deciden.
LANACION.com Opinión Miércoles 24 de octubre de 2007

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