viernes, 10 de agosto de 2007

La milonga

El socio lo estafó y perdió todo. Para colmo después vino la crisis. Eduardo Amarillo (39), entonces, volvió a su viejo oficio de plomero porque "es una profesión que da plata en el día".

Como estaba "deprimido empecé a ir a las milongas para distraerme, iba a mirar, como un hobby". A ese hobby le debe su emprendimiento, Tango Taxi Dancers, un servicio de acompañantes para que los extranjeros aprendan a sacarle viruta al piso.

"Yo estaba casado y no iba de levante. Sacaba a bailar a las que siempre quedan de lado. Los grandes maestros buscan bailarinas profesionales para lucirse. Yo bailaba con las gordas, las de anteojos, las petisas, las viejas". Las extranjeras también planchaban porque "los buenos bailarines son elitistas", cuenta. Un día cabeceó a una americana y bailaron.

—¿Sos gay?" -le preguntó, asombrada de que no hubiera intentado seducirla.

—Yo no vengo a buscar novia, vengo a bailar.

—Entonces tengo una propuesta. Acompañáme a mis clases de tango y yo te pago.

A Amarillo le dio vergüenza cobrar por la compañía.

Otro día un extranjera se despidió de él con un "nos vemos mañana".

—No puedo porque trabajo.

—¿Cómo, no trabajás bailando? ¿Cuánto ganás? Yo te pago el doble para que vengas a bailar conmigo.

"Le dije que no porque me daba culpa".

La tercera fue la vencida. "Una amiga profesora me pidió que llevara a bailar a un grupo de alumnos brasileros". Otra vez, la vergüenza. "Dame lo que vos quieras", le dijo. Al final cobró y así nació, por fin, Tango Taxi Dancers.

La tarifa arranca en los US$ 15 por hora y puede llegar hasta los US$ 100. El precio depende del nivel del bailarín y de la cantidad de horas que contrate. Hoy tiene una base de datos con setenta bailarines y bailarinas a los que llama cuando los turistas le piden acompañantes para moverse al ritmo del dos por cuatro.

Pero ojo, a no confundir los taxi dancers con otro tipo de taxis humanos. "Desde el principio dejamos claro que esto es sólo para bailar".

El servicio se adapta a las necesidades de los clientes pero "lo más común es darles una clase de tango y después llevarlos a la milonga a practicar. Vamos a lugares que no están contaminados por el turismo". Unas clientas europeas "se quedaron a vivir acá y pusieron un hotel de tango y ellas me recomiendan". También trabaja con hostels.

Los clientes tienen varios perfiles. "Empecé con mujeres solas, profesionales, de 45 a 50 años. Ahora me estoy concentrando en matrimonios retirados. Apunto a los baby boomers que paran en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Ellos disfrutan más que un chico de veinte y pico. Entran a la clase caminando a treinta centímetros de distancia pero el tango los obliga a abrazarse y terminan como de novios. Muchos nos agradecen".

Amarillo dice que el tango "saca cosas que la gente no sabe que tiene adentro" y que la forma de ser se refleja en el baile. El tímido se vuelve más tímido y el egoísta, más egoísta. "Bailar tango reafirma los rasgos de la personalidad y hay que hacerse cargo".

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