martes, 3 de julio de 2012
El valor de la empresarialidad
LAS urgencias muchas veces desvían la atención de las cosas importantes. El vértigo de una economía en zona de turbulencias, los conflictos sociales y las disputas de poder hacen un flaco favor a la intención de pensar el futuro. Con más razón, la discusión y el análisis sereno son imprescindibles cuando por sobre los propios problemas se hace necesario enfrentar una grave crisis internacional. Más que nunca es el momento de alentar a soñar con un futuro mejor.
Durante el XV Encuentro Anual de ACDE convocado la semana pasada con el título "Los empresarios, el Estado y un mundo en pleno cambio", se congregaron empresarios, políticos e intelectuales en una jornada de reflexión sobre el rol del Estado en la economía y en la sociedad, en el presente contexto internacional. Las exposiciones y diálogos contribuyeron a mirar más allá del horizonte cercano en un mundo complejo.
La crisis de la economía mundial ha dado lugar a una mayor intervención de los gobiernos y sus bancos centrales para intentar ordenar los desequilibrios. Esta cuestión adquiere una relevancia singular. Adicionalmente hemos visto que se ha impulsado una mayor intervención del Estado en países de América latina por motivos diferentes a la crisis financiera, lo que ha dado lugar a una regresión en vez de orientarnos a modelos superadores.
Tomando distancia de la coyuntura, conviene anclarse en principios que sirvan a una nueva mirada más profunda y duradera sobre las políticas y las iniciativas de los actores de la sociedad. Fundar las conductas personales y colectivas en valores permite elevar el horizonte de nuestras metas y dotar de certeza a nuestras decisiones.
Uno de estos principios es el del destino universal de los bienes, en tanto los recursos de este mundo deben estar para usufructo de todos, no sólo de los que tienen más poder acumulado. El otro es el de subsidiariedad: el Estado no debe intervenir cuando un particular o sociedades menores tienen la capacidad para desarrollarse por sí mismos; en cambio, sí debe intervenir cuando su acción es indispensable.
El presidente de ACDE, Pablo Taussig, haciendo referencia a relecturas de textos de su fundador, Enrique Shaw, recordó que durante los últimos 60 años la preocupación pasó de la situación de los trabajadores a la de los excluidos. Hoy deben ocupar nuestra atención los desempleados, los trabajadores en el mercado informal, los que sufren la indigencia, la pobreza, la deserción escolar y el hambre. Son los que ni siquiera pueden revistar en la categoría de trabajadores mal pagos.
La responsabilidad social empresaria (RSE) es sólo una parte más del legítimo interés por conseguir rentabilidad. Implica la vocación del líder empresarial para cambiar el mundo y hacerlo un lugar con más justicia, paz y prosperidad. También implica defender y difundir el papel del empresario como agente transformador y animador de la vida económica. De ser creador de trabajo en condiciones apropiadas para que los que nos acompañan en nuestra vida puedan desarrollarse con su labor y recibir un sustento digno para ellos y sus familias. Pero para asumir ese compromiso, el dirigente empresario necesita que el Estado le deje ejercer ese rol, que respete la empresarialidad como un valor en sí mismo, algo que redunda en beneficios para todos más allá de las utilidades empresarias.
Esa responsabilidad también fija su Norte en el tiempo: es pensar en el término de años en lugar de meses. O como recordaba recientemente el doctor Abel Albino, creador de la Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin), dejar de gobernar para las próximas elecciones y hacerlo para las próximas generaciones. Es la dimensión en que es necesaria la coordinación de los esfuerzos, pero sobre todo de la voluntad entre el sector privado y el público. El desafío se cristaliza con una planificación de largo plazo que oriente las acciones a un fin claro y consensuado por la dirigencia de todos los sectores. Y con mucho trabajo.
Por último, debe ponerse el acento en el respeto casi religioso hacia las instituciones y la ley. Los sistemas de gobierno deben evitar la personalización y fundarse en la supremacía de las normas antes que de las personas. Para un empresario, esto implica el respeto a la palabra empeñada (contrato) y contar con moneda, la institución económica por excelencia, punto de referencia insoslayable en una sana economía de mercado. La corrupción, el clientelismo cortesano y la inflación no son sino patologías que destruyen un diseño social basado en un orden justo.
En definitiva, es hora de elevar la mira, la ambición y la acción por una sociedad mejor. Es necesario movilizar a todos quienes sueñan una Argentina distinta: un país grande, solidario, que dé lugar a sus habitantes para convertirse en verdaderos ciudadanos con plenos derechos, con respeto por la verdad, la libertad y la justicia.
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