miércoles, 27 de junio de 2012

La guerra interna

Por Marcos Novaro | Para LA NACION Contra lo que muchos esperaban, Cristina siguió alimentando el conflicto con Moyano: de un solo tirón lo llamó escorpión, liberal y extorsionador, elíptica pero expresamente le atribuyó responsabilidad en la muerte de su marido y amenazó con ventilar su archivo, pensando en el pasado que lo vincula con la Triple A y no tanto en el más reciente que lo liga al kirchnerismo. La Presidenta se negó además a actualizar el mínimo de Ganancias y aun cuestionó la justicia de ese reclamo, a riesgo de arrojar en brazos del camionero a amplios sectores de ingresos medios. La apuesta sigue siendo la misma que lanzó cuando estaba por ser reelegida: instalar la idea de que el jefe de la CGT no tiene ya rol alguno que cumplir en la vida sindical, mucho menos en la política, por el simple pero inapelable expediente de negarse a hablar con él y atender sus demandas. Aunque, a seis meses de iniciada esta disputa, parece que el camionero está logrando dar vuelta la taba y dejar sentado que, si no hablan, el problema es de ella más que de él. Hay quienes piensan que el curso que tomaron los acontecimientos es positivo para la democracia argentina, porque reabre la competencia política y limita la concentración de poder en el Ejecutivo. La Presidenta no podrá ya monopolizar la agenda y la toma de decisiones, deberá refrenar la partidización del Estado y hasta tal vez tenga que corregir errores de política económica. Pero están también los que dudan de la capacidad del pluralismo peronista para oficiar como sucedáneo eficaz del pluralismo democrático: como ya sucedió en otras ocasiones, la competencia entre peronistas tiende a abarcarlo todo, desde la política fiscal y de ingresos hasta las normas electorales y la propia Constitución, con la consecuencia de que las reglas de juego se debilitan y los comportamientos facciosos se generalizan. El propio oficialismo ha estado agitando este temor, aunque con pudor, para no terminar abonando la analogía con los conflictos vividos en tiempos de Isabel y Lorenzo Miguel. Quienes evocaron expresamente el "Rodrigazo" de 1975 lo han hecho, en cambio, sin ningún remilgo y exagerando, al solo efecto de desacreditarlo. La pregunta que habría que hacerse es si los actores ahora en pugna pueden moderar sus inclinaciones facciosas y, obligados a competir, comportarse mejor de lo que lo han hecho hasta aquí, mientras comulgaron. ¿Podrá Moyano, una figura por más de un motivo reñida con el pluralismo y el Estado de Derecho, cumplir en nuestros días una función positiva para la vigencia de dichos principios? ¿Es en alguna medida razonable que se haya vuelto la gran esperanza blanca de no pocos adversarios de la Presidenta o éstos pagarán por la impostura de disimular sus vicios y concederle una inmerecida credencial de justiciero y demócrata, que no tardará en usar también en su contra? En cuanto a Cristina, ¿terminará cediendo, advertida a tiempo de la inviabilidad de una radicalización que horada las propias bases de su coalición, o en aras de preservar sus recursos seguirá aislándose hasta que terminen por confirmarse sus fantasías persecutorias? La Presidenta se puso a sí misma demasiados obstáculos para que le sea fácil ceder, siquiera negociar. Y parece haberlo hecho no sólo por una confianza excesiva en la capacidad para salirse con la suya, sino también debido a su propensión a convertir disputas por plata en grandes batallas por ideas. Sucedió ya en 2008 con el campo. Con el alza de los inmobiliarios rurales dio la impresión de que había aprendido la lección: provincializar, segmentar en el tiempo y despolitizar esa medida ayudó y mucho a que pasara sin mayor inconveniente. Pero vuelve ahora a caer en la tentación: convierte a Moyano en un nuevo cuco, encuentra conspiraciones golpistas detrás de reclamos más bien modestos, y niega que cualquier mediación autónoma y disonante entre ella y los "40 millones de argentinos" pueda ser otra cosa que una corporación ilegítima. Esta última idea, a medida que pasa el tiempo, gravita más y más sobre el curso oficial. Tras el conato de enviar a los gendarmes a manejar camiones de combustible, Cristina prometió que no repetiría la conducta de Perón frente a la huelga ferroviaria de 1950 (incluso sostuvo que se abstendrá de enviar a la policía a preservar el orden en la concentración cegetista), pero lo cierto es que sus pasos se guían con el mismo criterio radical aplicado entonces por el General: que un "gobierno nacional y popular" no puede ser condicionado por ningún interés particular, ni siquiera el de "fuerzas propias" como los sindicatos. El fundamento de semejante idea es en última instancia contable, claro: el kirchnerismo, como todo populismo radical, necesita consumir cada vez más stocks de recursos para sobrevivir, y cuando ya no están a mano los de los enemigos sigue con los de sus hijos y entenados. Es evidente que Moyano se hace este mismo cuadro de situación y por ello ha preferido correr riesgos y adoptar un curso de colisión. Puede que las analogías históricas lo lleven también a exagerar sus chances de éxito. Pero él no tiene que gobernar en tiempos de escasez, así que sus sueños desmedidos no le generarán tantos problemas y su proverbial pragmatismo le permitirá acomodarse al curso que tomen las cosas. Su historia es elocuente: sin cargar con la culpa de haber sido menemista, fue uno de los sindicalistas más favorecidos por los años 90, no sólo porque se concentró el transporte de cargas en los camiones, sino también por las privatizaciones y la concentración empresaria en rubros como la recolección de residuos, el transporte de caudales y de combustibles. Como han mostrado los investigadores Enzo Benes y Belén Milmanda, fue a través de la incorporación previsora de los trabajadores de esas grandes empresas al gremio de los camioneros como se pusieron las bases de una poderosa estructura y se desarrolló un aceitado mecanismo de reencuadramiento que en la década siguiente se ampliaría a otros terrenos, convirtiendo la federación de Moyano en un supergremio, una organización capaz de incidir en la actividad de todas las demás. Es más conocido el beneficio que recibió de Néstor Kirchner. Y en esta ocasión no dejó de brindar apoyo a cambio: recordemos que respaldó desde la defenestración de Duhalde hasta la del Indec, pasando por la de Lavagna y el conflicto con el campo y Clarín. Sin Moyano, el primer gobierno de Cristina hubiera perdido el control de la calle y de porciones mayores del peronismo, con incalculables consecuencias. Ese entendimiento entre Néstor y Hugo suponía sacrificios mutuos: aquél se abstenía de buscar un sindicalismo propio a través de la CTA o de fracciones más débiles de la CGT, en tanto éste lo reconociera como su vía de acceso al poder político. Pero eso es cosa del pasado: desde que fracasó en incrementar su presencia legislativa, algo excusable en 2009 pero ya no en 2011, los planes del camionero tomaron otro rumbo. Así se ha vuelto visible que él siempre siguió la tradición de Augusto Vandor más que la de Lorenzo Miguel: porque apuesta a que la coyuntura que se abre se parezca más a la de los años 60 que a la de los 80. No cree tener que resignarse, por la renuencia de los ciudadanos a votar sindicalistas, a moverse en las bambalinas del partido para convertir su poder sectorial en influencia política; y cree poder aprovechar las falencias del liderazgo y la organización del partido para intervenir más directamente, compensando con otros talentos y recursos el flaco respaldo de las encuestas. Además de los problemas económicos del Gobierno, ha sido su equívoca actitud hacia el partido lo que más alentó a Moyano a avanzar por este camino. Al desactivar el PJ en vez de conducirlo y crear estructuras ad hoc como la Cámpora para reemplazarlo en el control del Estado y el territorio, le dejó un amplio espacio para trabajar: no sólo por lo que organizaciones como ésa suponen de amenaza contra los jefes territoriales, e incentivo para que ellos colaboren con un poder sindical del que de otro modo desconfiarían en mayor medida; también por el hecho de que casi nadie en el peronismo tradicional cree que esas criaturas vayan a perdurar. ¿Qué mejor que regresar al entendimiento entre jefes distritales y sindicales en que, desde los tiempos de Vandor, se afirmó el peronismo cada vez que hubo problemas? Moyano les ofrece correr el riesgo. Y a cambio se cobrará lo suyo.

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