Editorial/ La Nación
Pocas áreas revisten tanta importancia para cualquier ciudadano como la de atención de la salud. Frente al dolor por una afección, la atención sanitaria adquiere una relevancia superlativa e impostergable para el paciente y su familia.
La semana pasada, el personal del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, de esta capital, cumplió el decimoquinto paro de 24 horas en lo que va del año. Los trabajadores exigen un aumento salarial del 40%, retroactivo a marzo; mejoras en el equipamiento médico, y reposición de materiales faltantes e insumos de calidad, sin los cuales el desempeño de sus tareas se ve seriamente afectado.
Se trata de un hospital de alta complejidad y un centro de derivación nacional con 340 camas para internación, que recibe unas 1300 consultas diarias ambulatorias y alrededor de 400 consultas diarias en urgencias, y que por su envergadura es orgullo de la pediatría de América del Sur.
Las autoridades del Ministerio de Salud de la ciudad de Buenos Aires, han indicado que la medida de fuerza involucra a un grupo de 40 personas sobre un total de 2000 y que recientemente se firmó un acuerdo paritario con el personal médico.
Los reclamos pueden adquirir la forma de paros, protestas e incluso movilizaciones. Hemos oído originales eslóganes como "36 horas sin dormir, ¿te opero o te medico?", en referencia a la cantidad de horas de trabajo en las guardias, y, apelando a una buena dosis de creatividad, también en algún momento trabajadores de la salud optaron por retirar camas y dejar sólo la cantidad que se corresponde con el personal a disposición de los pacientes.
Hasta aquí, el relato de los hechos a través de quienes se disputan los papeles estelares de una contienda por todos conocida. Cabe preguntarse, frente a desafortunadas situaciones como las referidas, quién piensa en los verdaderos protagonistas de la historia. Podrá apelarse a un juego de palabras para afirmar que los pacientes deben hacer gala de paciencia, pero ¿quién podrá explicarles a aquellos que atraviesan instancias de dolor y desesperanza grave que los burócratas hacen foco en otras cuestiones? ¿Pueden las autoridades o el personal de paro sostener la mirada de un niño enfermo para explicarle las razones de su proceder?
Cabe recordar que nuestro sistema de salud federal acoge en su seno enfermos de toda nuestra vasta geografía. Los turnos se consiguen con más sacrificio que antelación y movilizan muchas veces a familias enteras, que viajan con un enorme esfuerzo a la Capital Federal para realizar una consulta o esperar una cirugía.
Es indiscutible que múltiples factores atentan contra la optimización de los muchas veces exiguos presupuestos para la atención de la salud de nuestra población. A ello se suma la obsolescencia edilicia de muchos nosocomios. Pero el mayor peligro reside en que autoridades y trabajadores pierdan de vista que el eje central de su labor está en el paciente. Si deshumanizamos la medicina, estaremos a merced de la peor de las epidemias.
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