Por Fernando Massa | LA NACION
Ya no quieren saber más nada de locales y puestos de ropa. Y es lógico: arrancaron el tour de compras a las 7, en Flores, siguieron hasta las 18, en Once, y después de un breve descanso, desembarcaron por la noche a las orillas del Riachuelo en la feria de La Salada, última parada antes de volver a Iguazú.
"Estamos fritas, estuvimos caminando todo el día", cuenta Olga Pucheta, parada frente al ómnibus de dos pisos que la trajo a Buenos Aires junto con otros cincuenta pasajeros y por el que pagaron 500 pesos ida y vuelta, con servicio de comida incluido. Ella confiesa que de los 10.000 pesos que trajo para gastar en ropa, que venderá en su boutique de San Pedro, en Misiones, ya no le queda nada. Su amiga, Lorena, que está sentada ahí nomás terminando un cono de papas fritas, reconoce que trajo aun más plata, pero no se anima a decir cuánto.
Al lado de ese ómnibus, en el mismo playón de la feria Punta Mogote, una de las tres principales que conforman La Salada, hay uno más que llegó de Rosario, y más allá otro de Mar del Plata, y alguna camioneta que cruzó la frontera desde Uruguay, y un sinfín de combis que se acercaron de distintos puntos del conurbano y de la Capital.
Los tours de compras existen desde que comenzaron estas ferias populares, unos 20 años atrás, pero Jorge Castillo, administrador de Punta Mogote, calcula que en los últimos diez años, la entrada de ómnibus a La Salada se incrementó entre un 300 y 400 por ciento. Algo que no es extraño si se tienen en cuenta otros datos que aporta Castillo: hoy, por jornada de feria en La Salada, los ingresos pueden alcanzar los 200 millones de pesos, y las tres millones de visitas.
"Antes se veían 30 o 40 micros sobre la vereda de la ribera. Hoy, en temporada alta, hay hasta 500, y en baja pueden ser unos 250 por jornada de feria. Llegan de todo el país, pero sobre todo del Norte y el Oeste. También vienen de Paraguay, Uruguay, Chile, Brasil, pero la mayoría no vienen con micros propios y cruzan la frontera para tomarlos acá. Vienen a consumir y a generar trabajo", cuenta por teléfono a LA NACION mientras pasea por un shopping de Miami Beach, donde tiene proyectado adquirir un inmueble para instalar La Salada Miami.
Con sólo recorrer La Salada, o pasar por los centros comerciales de la avenida Avellaneda, en Flores, o el propio Once, puede observarse lo que apunta Castillo: son miles de personas que dependen de estas movidas comerciales para vivir. Y los tours de compras son sólo un eslabón más en una larga cadena que va desde el que vende la tela, el que confecciona la ropa y el que la vende al público, hasta los compradores mayoristas, más todo lo demás que gira alrededor de este millonario negocio, incluidos, claro, los vicios de este entramado que quedan a la vista de todos.
Consultado por LA NACION, Ernesto Arriaga, vocero de Vialidad Nacional y especialista en tránsito, puntualiza algunos aspectos negativos de estos tours: "Lamentablemente, lo de La Salada, en Puente La Noria, colapsa toda la zona de provincia y el Camino Negro. Y en varias oportunidades, la Gendarmería y la Agencia Nacional de Seguridad Vial descubren en diferentes rutas de todo el país transportes que no están en condiciones ni habilitados, por lo que los detienen y no pueden continuar circulando. Evidentemente, este tipo de transportes lo hacen en horarios nocturnos para disminuir la posibilidad de controles".
"También hubo varios choques de estos micros en distintos puntos del país con heridos graves. Inclusive sus conductores viajan de noche, llevan a comprar de noche y vuelven sin haber dormido", agrega.
Cerca de la avenida Avellaneda, en Flores, es común ver durante la mañana y hasta el mediodía, filas de ómnibus de larga distancia estacionados en calles adyacentes.
Frente a una galería sobre la calle Concordia, en Flores, Pedro Alvarado, coordinador de la empresa de tours santafecina Onda Bus, que traslada un promedio de 200 pasajeros por semana, asegura que, por lo menos ellos, cumplen con los reglamentos exigidos: no llevan más peso del permitido ni bultos en el pasillo y no tienen baños clausurados. "La mayoría de los ómnibus que no están en regla vienen del norte del país, sobre todo, por excedente de bultos", dice.
Tanto en Santa Fe como en Córdoba los tours suelen costar 200 pesos ida y vuelta. Pero cuanto más lejos de Buenos Aires, más caro es el pasaje. En Formosa, por ejemplo, quienes viajan son tanto familias numerosas como emprendedores, que luego revenden las prendas al doble o al triple de precio y reconocen que, aun con los gastos de traslado, obtienen buenos márgenes de ganancia.
Un problema para los organizadores de tours es el de la seguridad, más allá de las ferias. "Ha pasado varias veces que los piratas del asfalto detectan a estos micros y los roban", afirma Arriaga. Es que existe un riesgo lógico: un bolsón lleno de ropa puede valer 4000 pesos de valor en prendas. Y es común que cada uno que viaja se lleve unos cuatro bultos.
Con la colaboración de Justo Urbieta y Orlando Andrada
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