Por Carlos Pagni | LA NACION
Desde la cumbre a la que fue conducida ayer por el electorado, Cristina Kirchner debe resolver un problema urgente. La economía, que como ningún otro factor colaboró con su triunfo, ya no puede disimular su agotamiento. La Presidenta asiste a la consagración de su liderazgo en plena encrucijada.
No debería sorprenderse. Por tercera vez el peronismo atraviesa el mismo trance. El 11 de noviembre de 1951, Juan Domingo Perón obtuvo el 62,49% de los votos. Fue la coronación de la fiesta que se había iniciado cinco años antes. Pero a fines de 1952 su Segundo Plan Quinquenal acentuaba el combate a la inflación y revalorizaba la agricultura, la iniciativa privada y el capital extranjero. La política exterior, nacida bajo la consigna "Braden o Perón", buscó la amistad de los Estados Unidos. Tulio Halperin Donghi aventura que si los golpistas de 1955 hubieran tenido la misma clarividencia del General sobre las limitaciones de su política, no lo hubieran derribado.
Carlos Menem fue reelegido el 14 de mayo de 1995 por el 49,94% de los votos. Cosechó en esa victoria los beneficios de la convertibilidad. Treinta días después se supo que el desempleo era del 18,6%. Comenzaba un proceso recesivo que desembocó en el colapso de 2001. Menem no cambió. Reemplazó a Domingo Cavallo por Roque Fernández y pensó en ir hacia la dolarización. "Vamos a profundizar el modelo", repetía.
La experiencia de Menem tenía varios rasgos en común con la de Perón. Ambos alentaron un boom de consumo a través de la constante revaluación de la moneda. Se beneficiaron con un voluminoso ingreso de divisas. Y comenzaron a tener problemas cuando escasearon los dólares. En el caso de Perón, fue a partir de 1949, por el deterioro de los precios agropecuarios. En el de Menem, por la caída en el flujo de capitales hacia los mercados emergentes que se inició con el "efecto tequila".
El apogeo de Cristina Kirchner convive con el mismo desafío. Faltan dólares. La inflación erosionó la competitividad del tipo de cambio. En un año, los precios suben 27%, pero la moneda se devalúa sólo 7%. Gracias a las generosas paritarias, el poder adquisitivo del salario aumenta, en dólares, 20% al año. Es un hermoso presente. Pero los costos en dólares de las empresas también aumentan 20%. Es un futuro preocupante. Porque a los argentinos que compiten con productores extranjeros se les agrega un esfuerzo del 20% anual.
Esa pérdida de competitividad obliga a importar cada vez más. Alfonso Prat-Gay (Coalición Cívica) detectó en la balanza comercial industrial -que no incluye los bienes primarios- un déficit de US$ 25.000 millones por año. Desde la tablita de José Martínez de Hoz no se registra semejante desajuste.
El componente energético ha sido decisivo en ese déficit. Según un consultor independiente, en 2011 las importaciones de ese sector vienen subiendo 125% respecto de 2010. Es la contracara de las tarifas regaladas, que desalientan la inversión, pero permiten a la clase media consumir luz y gas por la séptima parte de lo que se paga en Brasil. Hasta para Julio De Vido esa dinámica se ha vuelto insostenible.
Las irracionalidades se manifiestan en el mercado del dólar. La expectativa de una devaluación hará que la fuga de este mes supere los US$ 3000 millones. Los depósitos bancarios ya no crecen al mismo ritmo que el crédito y la tasa sube hasta tocar el 20%. Es lo que el economista Nicolás Dujovne llamó "agotamiento del colchón bancario", que anuncia un enfriamiento de la economía.
El Día de la Lealtad, Cristina Kirchner y Hugo Moyano escenificaron muy bien el problema en que se encuentran. Moyano pidió "viviendas para los que trabajan". El sabe que el "modelo" dio para plasmas, acondicionadores de aire y autos, pero, por la inflación, no admite el crédito hipotecario. La Presidenta no atinó a mentir, como se hace en las campañas. Fue sincera: en adelante los beneficiarios de su gobierno no deben pedir más, sino defender lo que recibieron hasta ahora.
Al kirchnerismo se le pronosticaron las consecuencias negativas de la alta inflación, los subsidios regresivos, la demagogia energética, el retraso cambiario. La apoteosis presidencial coincide con esta noticia: el futuro ya llegó. La extensión del mandato, que la señora de Kirchner disfruta con Perón y Menem, abre un juego endiablado: la fiesta comienza a desafiar con sus secuelas al mismo gobierno que la había organizado. La revaluación del peso, la fiesta de consumo y la reelección constituyen un triángulo inquietante en los tres casos. Quién sabe si ese triángulo no esconde una lección sobre la naturaleza del peronismo.
Perón giró. Menem insistió. ¿Qué hará Cristina Kirchner? Ni Amado Boudou lo sabe. El jueves, reunido con una docena de empresarios, dijo que para antes de marzo podría esperarse una corrección en la política monetaria y cambiaria. El dólar se deslizaría mientras la tasa iría subiendo hasta dar con un nuevo equilibrio. Boudou sigue apostando a una apertura externa. Y a que los actores económicos y sociales acuerden un Programa de Convergencia Nominal.
Pero Boudou también dijo que su jefa podría preferir más intervenciones, sobre todo sobre el mercado de cambios, quizás hasta llegar a un desdoblamiento entre el "dólar para especular" y el "dólar para producir".
Ninguna de estas orientaciones resulta indiferente a la política. La primera supone una presidenta que, desde el vértice en que fue reinstalada, conduce un proceso de diálogo. ¿Cuáles serían las fronteras de esa conciliación? Las que indique la magnitud de la crisis. Es lo que ella sugirió a Ignacio de Mendiguren (UIA), que llamó anoche para felicitarla.
El segundo camino, el del avance del Estado sobre el mercado, implica la guerra contra un enemigo interno que, con previsibles identificaciones internacionales, conspira contra el bienestar general. La vieja mano negra que orquesta un golpe de mercado.
Instalada en la espléndida soledad de su victoria, Cristina Kirchner tiene que resolver algo más que un acertijo económico. Quedó, de nuevo, ante un nudo gordiano de la política. Debe optar por el consenso o por la lucha.
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