lunes, 8 de agosto de 2011

Una decadencia lenta que permite vivir en el engaño

NUEVA YORK.- Después del francamente decepcionante acuerdo presupuestario y de la rebaja de la calificación de la deuda norteamericana por la calificadora Standard & Poor's, tal vez deberíamos colgar un nuevo cartel en los salones de recepción de inmigrantes de los puertos y aeropuertos de Estados Unidos: "El desempeño pasado no garantiza un rendimiento futuro".

Porque nuestro país se encuentra ahora en la decadencia de la peor clase: una decadencia lenta, tan lenta que nos permite seguir viviendo en el engaño de que en realidad no hay nada fundamental que cambiar para que nuestro futuro esté a la altura de nuestro pasado.

Nuestra lenta decadencia es producto de dos problemas interconectados. Primero, desde el fin de la Guerra Fría hemos dejado que se erosionen cinco pilares básicos de nuestro crecimiento: educación; infraestructura; inmigración calificada de innovadores y emprendedores; reglas para incentivar la toma de riesgo y puesta en marcha de nuevas iniciativas, y el financiamiento estatal de la investigación para espolear la ciencia y la tecnología.
Pensamos equivocadamente que el fin de la Guerra Fría significaba que la habíamos ganado, y que, por lo tanto, podíamos dormirnos tranquilos sobre los laureles, cuando en realidad era el principio de uno de los mayores desafíos que jamás debimos enfrentar. Ayudamos a liberar a 2000 millones de personas iguales a nosotros, en China, en la India y en Europa Oriental. Para poder competir y colaborar con ellos eficientemente -o sea, para mantener el sueño norteamericano- había que estudiar más e invertir más sabiamente, innovarse con rapidez, mantener nuestra infraestructura al día y hacer funcionar las cosas con inteligencia.

En vez hacer todo eso en serio, nos inyectamos los esteroides de los créditos en masa (como nuestros jugadores de béeisbol). Eso permitió que millones de personas compraran casas que no podían pagar y consiguieran empleo en la construcción y en el comercio minorista, que no requieren mucha capacitación. En esa misma farra estaban nuestros amigos europeos.

Toda esa deuda acumulada estalló en Estados Unidos y Europa, en 2008, lo que condujo a un segundo problema: los propietarios de viviendas, las empresas, los bancos y los gobiernos ahora se están "desapalancando" o intentando hacerlo. Es decir, están ahorrando más, comprando menos, saldando lo que deben y tratando de desembarazarse de hipotecas que están bajo el agua.

Nadie lo explica mejor que Kenneth Rogoff, profesor de economía de la Universidad de Harvard, que en su ensayo de la semana pasada para Project Syndicate planteó que no estamos en una GGran RRecesión, sino en una GGran CContracción (cCrediticia). "¿Por qué todo el mundo sigue llamando «'Gran Recesión»' a la reciente crisis financiera?", se pregunta Rogoff. "El término «'Gran Recesión»' transmite la sensación de que la economía está siguiendo el derrotero típico de una recesión, sólo que más gravesevera, algo así como un resfrío muy fuerte. Pero el problema real es que la economía mundial está gravemente inflada, y no hay manera de desinflarla rápidamente sin un esquema de transferencia de riqueza de los acreedores a los deudores, ya sea a través de defaults, de represión financiera o de inflación."

"Durante una recesión convencional", -señaló Rogoff-,, "cuando vuelve el crecimiento, todo vuelve a la normalidad con bastante rapidez. Las consecuencias de una típica crisis financiera profunda son completamente distintas. A una economía suele llevarle más de cuatro años alcanzar los mismos niveles de ingreso per cápita que había logrado en el pico de la precrisis. Muchos comentaristas han argumentado que el estímulo fiscal no falló porque fuese equivocado, sino porque no fue lo suficientemente grande para combatir una «'Gran Recesión»'. Pero el problema Nº 1 de una «'Gran Contracción»" es el exceso de deuda.".

El gran desafío
Mientras no encontremos el modo de reestructurar y condonar algunas de esas deudas de los consumidores, empresas, bancos y gobiernos, el gasto para impulsar el crecimiento no generará retornos de la magnitud que necesitamos. Por lo tanto, nuestro desafío ahora es "desapalancar" la economía lo más rápido posible, y volver a invertir en los verdaderos pilares de nuestro crecimiento, para que nuestra recuperación se cimiente sobre negocios sustentables y empleos reales, y no en una nueva ronda de inyecciones de crédito.

En cuanto al desapalancamiento de la economía, Rogoff sugiere, por ejemplo, que el gobierno facilite una reducción de las hipotecas a cambio de un porcentaje de cualquier futuro aumento del valor de las propiedades. En lo referido al crecimiento, seguramente necesitemos un programa fiscal a largo plazo más inteligente que el que acaba de salir de Washington.

Tenemos que cortar el gasto en las áreas que duelan menos y en plazos prudenciales, elevar los impuestos del modo en que menos duela y utilizar parte de esos ingresos en invertir en pilares de crecimiento, con énfasis en infraestructura, investigación e incentivos para las iniciativas y emprendimientos novedosos.

Si barajar todas estas necesidades al mismo tiempo suena arduo y complicado, es porque lo es. Esto no se arregla con una política única y de fácil aplicación. Tenemos que enseñarle a la gente a desinflar la economía, cortar algunos gastos, subir algunos impuestos y reinvertir en los motores de nuestro crecimiento, como parte de una estrategia de renovación nacional. Una tarea de esta magnitud y complejidad no puede realizarla un sólo partido por su cuenta. Demandará una acción colectiva como las que generalmente se reservan para las emergencias nacionales. Cuanto antes cerremos filas, mejor.

Traducción de Jaime Arrambide

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