viernes, 18 de marzo de 2011

Fuera de control

Fernando Laborda
LA NACION
De pronto, una nube que vino desde lejos, inesperada, amenaza la atmósfera de impunidad que el máximo líder sindical de nuestro tiempo supo construir en su derredor. No se originó en la crisis nuclear de Japón, sino en el Ministerio Público Fiscal de Suiza, pero podría tener un fuerte efecto expansivo. A Hugo Moyano podrá preocuparle el pedido de informes suizo asociado a una investigación sobre lavado de dinero, que ahora considerará, probablemente sin mucho apuro, el juez Norberto Oyarbide. Pero si hay algo que verdaderamente inquieta al líder camionero y titular de la CGT es la sospecha de que el gobierno de Cristina Kirchner ha contribuido a colocarlo en esa situación.

Justo un día después de que unos allegados a Moyano intentaran instalar a su más importante asesor, el abogado laboralista y diputado Héctor Recalde como potencial compañero de fórmula de la Presidenta, y en momentos en que el dirigente camionero se aprestaba a preparar el terreno para imponer un buen número de hombres de su confianza en las listas de candidatos a cargos legislativos.

Si Moyano y su grupo de referencia no creyeran que en la Casa Rosada hay quienes pretenden devaluar aún más su imagen para restarle poder e influencia de cara al proceso electoral que se avecina, el sindicato camionero no hubiera dispuesto una movilización a la Plaza de Mayo para el lunes próximo junto con el paro de actividades anunciado.

Es probable que aquellos moyanistas hayan hecho una lectura correcta. Más allá de los enormes resortes de poder que maneja, gracias a las concesiones que le fue haciendo Néstor Kirchner, en sectores del oficialismo se admite que Moyano puede ser un "piantavotos" y que su presencia cerca de la jefa del Estado no ayuda al nuevo perfil que la Presidenta aspira a darse a sí misma.

Frente a la percepción de que el Gobierno le soltó la mano, el moyanismo reaccionó como de costumbre, haciendo lo que con creces sabe hacer: tomar de rehén a la sociedad argentina y al aparato productivo con la típica herramienta del paro y la movilización, y fustigar a la prensa. "Si lo tiran a Moyano al bombo, va a haber quilombo", fue la frase de los militantes del gremio camionero, que ayer resumió, más que un estado de ánimo, una táctica amenazante.

Dirigentes de la oposición, como el radical Oscar Aguad, expresaron que una huelga basada en una cuestión personal y no en un legítimo reclamo laboral debería ser declarada ilegal por el Ministerio de Trabajo. No parece ser lo más factible. El Gobierno puede estar ahora dispuesto a tomar distancia de Moyano, pero sólo a través de golpes quirúrgicos y muy medidos, y no mediante la andanada de sopapos con la que acostumbra atacar a sus enemigos habituales.

La sentencia de Elisa Carrió, que definió a Moyano como "el Herminio Iglesias del Gobierno", pronunciada antes de que se conociera el exhorto suizo, alertó a los funcionarios kirchneristas sobre la potencial debilidad que para el oficialismo implica la cercanía al titular de la CGT.

¿Cuánto podrá despegarse Cristina Kirchner de alguien a quien su propio gobierno le cedió el manejo de varios miles de millones de dólares a través de la Administración de Programas Especiales (APE) del Ministerio de Salud, del Ferrocarril Belgrano Cargas y de varias cajas de la administración pública nacional, para no hablar de Aerolíneas Argentinas, a cuyo frente se nombró al hijo del diputado moyanista Recalde? El control de la calle, que tanto desvelaba a Néstor Kirchner al llegar a la Casa Rosada, llevó al Gobierno a intentar cooptar a Moyano. Aunque con frecuencia utilizó sus servicios, no le resultó barato. Hoy, la Presidenta se encuentra ante una criatura que su esposo contribuyó a crear y que le costará cada vez más controlar.

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