Marpia Teresa Lugo
Para LA NACION
Esta semana una directora de escuela rural me preguntaba: "¿Por qué invertir en tecnología cuando nos faltan tantas cosas?" El esfuerzo vale la pena porque la vida de los chicos está atravesada por las tecnologías, aunque ellas no están al alcance de todos. Mientras que muchos acceden a la cultura digital, otros no lo hacen o lo hacen limitadamente.
Los niveles de ingreso condicionan el acceso a la tecnología generando desigualdad de oportunidades en su uso. Los hijos de hogares más ricos adquieren los dispositivos más nuevos y tienen mayores oportunidades para usarlos. Pero de la misma manera que no es lo mismo tener un libro que saber leerlo, no alcanza con estar rodeado de tecnología para ser digital.
Por esto, los Estados que invierten en tecnología para las escuelas están consolidando proyectos democráticos y de justicia. Hoy el conocimiento socialmente relevante circula principalmente por Internet. Así, una escuela conectada es el lugar privilegiado para la inclusión.
Los estudiantes no son los mismos y sus hábitos culturales han cambiado. La cultura digital está transformando los modos de lectura y escritura al punto que no es suficiente leer y escribir para estar alfabetizado. ¿Habilita la escuela oportunidades para que los estudiantes produzcan conocimiento, sean autónomos, discriminen fuentes confiables, trabajen con otros o usen la información crítica y éticamente? La escuela tradicional no fue pensada para enseñar a ser ciudadano de la Sociedad del Conocimiento sin sentirse náufrago.
La brecha no sólo se genera en función del acceso y la calidad del equipo sino, sobre todo, en relación con el capital cultural y las habilidades para usarlo. Nuestros estudiantes llegan a la escuela, pero no aprenden todo lo que tendrían que aprender. Muchos de los jóvenes que abandonan la escuela secundaria no lo hacen por cuestiones de pobreza. Esta brecha de expectativas entre lo que los estudiantes necesitan y lo que la escuela les da exige que enseñemos nuevas cosas y de manera diferente.
Pero por integrar tecnología en las aulas no se garantiza que nuestros alumnos aprendan más y los docentes enseñen mejor. Los celulares, netbooks o tablets son potentes herramientas si están al servicio de las prioridades educativas. No se trata de la tecnología, sino principalmente de la educación y de los docentes. Dediquemos también esfuerzos para repensar cómo trabajar con los profesores, qué formación se les brinda para que concreten, en cada aula conectada, una educación democrática y de calidad.
La autora es coordinadora TIC y Educación, IIPE-Unesco, y docente de la Universidad Nacional de Quilmes.
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