miércoles, 25 de noviembre de 2009

¿Qué nos une a los argentinos?

Cada pueblo tiene un carácter propio, imposible de ser abrazado en todos los aspectos por cada uno de sus miembros. Un pueblo está configurado por aristas que pueden favorecerlo o perjudicarlo ante ojos extraños. Depende muchas veces del estilo de gobierno de quienes ejercen el poder conferido por la sociedad que los valores positivos neutralicen el peso de los negativos. Cuando eso sucede el beneficio es de orden general.

La historia enseña, sin embargo, que es posible que los gobiernos, en lugar de contribuir a morigerar los flancos más vulnerables del conjunto social, no hagan más que profundizar las tendencias por la cuales un país es percibido por el concierto de naciones como atravesando un momento de franca declinación.

Convengamos que, en ese sentido, se ha hecho en los últimos años lo posible para que nadie dude del deterioro del carácter nacional y de la ausencia de un rumbo por el cual una sociedad haga saber a las demás hacia dónde se dirige: imprevisión en todos los órdenes, inseguridad física y jurídica, bloqueo del tránsito por puentes internacionales a raíz de la decisión de grupos sediciosos que se arrogan la voluntad de la Nación.

En las elecciones presidenciales de Francia en 2007 prevaleció, por primera vez en muchos años, el debate sobre la identidad nacional. Nicolas Sarkozy, finalmente ganador, creó, impulsado por aquellos debates, el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Ahora, el ex socialista Eric Besson, a cargo de ese nuevo ministerio, ha lanzado la gran pregunta: "¿Qué es para usted ser francés?"

La ciudadanía está invitada a responder hasta el 31 de enero en un sitio de Internet. Las primeras contribuciones han puesto énfasis, en un país con millones de inmigrantes, en los valores, la historia, la tradición y el orgullo. En Francia, donde La Marsellesa ha recibido una silbatina reprobatoria antes de un partido de fútbol disputado el año pasado en París, existe una capa de la población formada por jóvenes que no se siente integrada en la sociedad. Son hijos de inmigrantes y, por no tener las mismas oportunidades de trabajo y estudio, han provocado graves desmanes.

La consulta sobre la identidad nacional lanzada por el gobierno de Sarkozy ha nutrido especulaciones sobre la posibilidad de que se haya tratado de una maniobra de distracción para atraer votos de la derecha en las elecciones regionales de marzo próximo. No deja de ser interesante, más allá de elucubraciones marginales, que un pueblo se defina a sí mismo.

De haberse hecho la misma encuesta en la Argentina, quizá la pregunta formulada por los franceses no hubiera sido la adecuada. Sería mejor preguntarnos qué nos une, en lugar de indagarnos qué es ser argentino. En ese caso, los franceses podrían responder que los une el idioma y la pasión por el vino, los quesos y las vacaciones. ¿Qué nos une, en cambio, a los argentinos, más allá del estado de ánimo actual, habitualmente crispado?

En la Argentina, cuyo índice de inmigrantes es considerable, muchas veces se asocia a los extranjeros, sobre todo de los países limítrofes, con lo peor que nos pasa. Desde esa perspectiva, la inseguridad y el desempleo figuran al tope de una lista de imputaciones, algunas implícitas, otras abiertas. Por lo general, todo inmigrante, sea del país que fuere, siempre da más de lo que recibe y no abandona a los suyos para cometer delitos en tierras extrañas.

Los argentinos solemos pasar de un extremo al otro con gran facilidad. En las buenas, somos vanidosos hasta el punto de creernos los mejores en la disciplina que se encuentre en discusión, desde el fútbol hasta la medicina. En las malas, somos derrotistas hasta el punto de preguntarnos qué hemos hecho para merecer esto o aquello.

En la Argentina resulta difícil abrir paso, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países, a un término medio en el cual las virtudes confluyan con los defectos y produzcan como resultado un perfil más o menos definido del argentino promedio.

Nada ha sido peor, tal vez, en estos años que la desmesura con la cual se ha ejercido el poder y el desprecio simultáneo por el diálogo, que es voluntad de escuchar a otros. "Cada vez que rompemos la mesura -decía Octavio Paz- herimos el cosmos entero. Sobre este modelo armónico se edifica la constitución política de las ciudades, la vida social tanto como la individual, y en él se funda la tragedia."

La parodia de diálogo que siguió a las elecciones del 28 de junio y de enmendar, a instancias del Gobierno y del apuro, un vacío que pocas veces se ha dado de manera más notoria en la política nacional no ha hecho sino redoblar la magnitud del descarrío gubernamental en ese campo.

Si los argentinos, como los franceses, nos animáramos a mirarnos al espejo y describir qué vemos, acaso no nos reconociéramos. Y por ahí, justamente, deberíamos comenzar: por reconocernos y advertir, de ese modo, la gravedad de nuestros males. Sólo los pueblos reconciliados entre sí pueden proyectarse y conjugar correctamente el verbo que acuñaron los griegos y que parece en la Argentina olvidado: vislumbrar
Editorial IRadiografía de nosotros mismos

Si los argentinos nos animáramos como los franceses a definir nuestra identidad nacional, quizá no nos reconociéramos

lanacion.com | Opinión | Mi?oles 25 de noviembre de 2009

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