Porque después de haber manifestado la mayoría de los criollos de esta manera sencilla y civilizada, pero concluyente, que la forma en que son conducidos los asuntos públicos no es de su agrado y que se inclinan por un cambio que apunte, de verdad, a abreviar las penurias de los menos favorecidos por la fortuna -excluyendo, desde ya, el apresuramiento de su paso al mundo de las tinieblas-, evitando la dilapidación de los recursos del Estado y la asignación de fondos a funciones y finalidades que escapan a la comprensión humana, no sólo nada parece haberse corregido, sino que nada tampoco ha cambiado en la actitud casi sobrenatural y distante de quienes habitan Olivos.
Muy por el contrario, y como ocurre con los jugadores compulsivos, que no pueden resistirse al influjo del paño verde, a la atracción de las chaquetillas de colores ni al girar hipnótico de la ruleta, no sólo se ha seguido transitando por el mismo e incomprensible camino, sino que se ha forzado la marcha. Y si quedaron atrás los futuristas trenes supersónicos, las altivas cancelaciones al Club de París y los oleoductos extravagantes, no es porque se haya producido un ingreso, natural y permanente, a la edad de la razón y del sentido común. Nada de eso.
Porque cuando a menesterosos y mendigos, a los que duermen en las calles y hurgan en los tachos, se los sigue contando de a cientos de miles; cuando los pobres rebasan las estadísticas truchas y la mayoría de los jubilados que habitan en consorcios ganan ya menos que los porteros de esos mismos edificios; cuando el desempleo real se burla de las estadísticas y no alcanza a disimularlo el sobreempleo en la función pública; cuando se exprime de cualquier manera a los particulares para tapar los crecientes agujeros del Presupuesto, y cuando, por fin, se factura a los usuarios el precio lleno y un poco más de los servicios, porque las arcas fiscales están agotadas; pues en ese mismo momento y al tiempo que se revela el escandaloso déficit que padece Aerolíneas, al matrimonio gobernante, el mismo que ha acrecentado escandalosamente su fortuna, se le ocurre, nada más y nada menos, que proponer que el Estado acuda en auxilio de los clubes de futbol. Garantizándoles la bicoca de 600 millones de pesos anuales, a cambio de hacerse cargo, a través de la red oficial, de la transmisión por TV de los partidos. Lo que sólo se puede calificar de esta manera: ¡de Ripley!
Circo criolloIncreíble, pero cierto
Daniel Della Costa
lanacion.com | Opinión | Jueves 13 de agosto de 2009
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