El problema no es reciente y tampoco excepcional. Basta considerar algunos ejemplos de las últimas semanas para apreciarlo. Haciendo referencia sólo a la provincia de Buenos Aires, se pueden citar los siguientes casos: la agresión de una alumna de sexto grado a su maestra en un establecimiento de Berisso; el ataque de un chico de 17 años, armado con navaja, a un compañero en una escuela de Punta Lara; una riña entre alumnas en una escuela técnica de Alvarez Thomas en la cual una de ellas debió ser socorrida por los golpes recibidos; en Claromecó, un grupo de padres denunció a las autoridades las agresiones que un conjunto de menores efectuaban contra los alumnos del establecimiento que comparten. A esto se agrega, la semana última, un grave episodio de violencia sufrido por la regente de una escuela en San Francisco del Chañar, en el norte de Córdoba, cuando el padre de una alumna le propinó durante una discusión una paliza que puso en peligro la vida de la docente.
Esta breve e incompleta reseña de hechos violentos que se presentan en distintos colegios plantea lógicos interrogantes en cuanto a las causas que los determinan. Al respecto, un análisis metódico podría revelar una diversidad de causas, algunas próximas y desencadenantes de los conflictos, otras mediatas y profundas que preparan un terreno propicio para el estallido de las agresiones. En ese plano es perceptible la gravitación de una sociedad crispada, habituada a canalizar protestas y reclamos por el camino ilegal de la acción directa.
Esa metodología, que ha sido tolerada y en algunos casos fomentada, ha permanecido impune porque la inducen y la incentivan funcionarios y personajes políticos. De ese modo, se ha venido creando en los últimos lustros una atmósfera tensa en la cual "los modelos" de comportamiento de los piqueteros o de otros manifestantes dedicados al "escrache" han impregnado la vida colectiva de una violencia verbal y física, antes desconocida. En esa atmósfera tóxica las agresiones toman un carácter desgraciadamente rutinario. Por ese camino se transita hacia un espacio anómico en el cual "todo vale", pues se pierde el respeto por la ley y las personas.
No puede sorprender entonces que siendo la institución escolar una organización abierta a las influencias del mundo externo reciba el peligroso contagio de la violencia, a veces manifiesta y otras en latencia, que perturba la disposición necesaria para enseñar y aprender. De ese modo, los buenos alumnos sufren gratuitamente las consecuencias, y maestros y profesores se sienten desconsiderados y maltratados. Es desalentador comprobar que este juego de destrucción prospera en el país y que se dilaten las medidas de corrección indispensables.
Editorial IMás violencia en las aulas
Las agresiones cada vez más frecuentes en la sociedad adulta se están trasladando por desgracia al ámbito escolar
lanacion.com | Opinión | Viernes 12 de junio de 2009
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