Durante la crisis de los años 30, por ejemplo, el día en que Estados Unidos abandonó la convertibilidad del dólar con el oro, el entonces director de Presupuesto, Lewis Douglas, dijo que "esto es el fin de la civilización occidental".
Si quienes ejercen funciones de tamaña responsabilidad no se preocupan por reducir la incertidumbre definiendo los problemas en sus términos exactos, la sociedad se arriesga a que, por errores de diagnóstico, la crisis se vuelva todavía más destructiva.
Suele afirmarse sin demasiada precisión que el mundo está asistiendo al colapso de un paradigma. La presidenta Cristina Kirchner, sin ir más lejos, afirmó ante la Asamblea Legislativa, el 1° del actual, que el derrumbe económico equivale a la caída del Muro de Berlín, "sólo que ahora los muros se nos han derribado a nosotros". Debajo de esta comparación hay una hipótesis: estamos ante el colapso de un sistema completo, el capitalismo. En la misma presentación, la jefa del Estado argentino afirmó que "lo económico-financiero es la punta del iceberg, porque lo que está en crisis es un modelo".
Poco después, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, recomendó volver al Manifiesto c omunista, que Karl Marx y Friedrich Engels publicaron en 1848, en la confianza de que allí se encontrará remedio a las turbulencias actuales. Con la misma intención regresiva, Lula convocó a "hacer lo que hace 20 años no nos animamos a hacer".
Estas afirmaciones conducen a una conclusión inevitable: debe producirse una refundación del orden económico sobre nuevas reglas y principios.
Es verdad que el primer mundo asiste a un derrumbe: el de sus sistemas financieros. La mala regulación y la mala supervisión permitieron graves desviaciones con costosas consecuencias para la economía real. Sin embargo, esta crisis, por dramática que sea, no está cambiando paradigma alguno. Sólo se intenta combatir la mala praxis financiera dentro del sistema anterior.
Es cierto que para neutralizar los perjuicios derivados del desequilibrio financiero debe cambiarse la receta que se venía aplicando durante la expansión. Comienzan a tomarse medidas anticíclicas, aumentando el déficit fiscal, reduciendo la tasa de interés e interviniendo sobre el sector privado para atenuar el ajuste inevitable. Pero, lejos de cambiar el sistema, lo que estas estrategias pretenden es evitar su caída, preservarlo.
La confusión entre el orden de los instrumentos y el orden de los principios suele inspirar un refundacionismo costoso. La salida de la convertibilidad, en la Argentina, ofrece un ejemplo elocuente. El tipo de cambio se había sobrevaluado de manera insostenible y se imponía la devaluación. ¿Pero era realmente necesario derribar todo el régimen económico? ¿Defaultear, pesificar, congelar tarifas, entrar en conflicto con los grandes inversores? Aquél fue un intento refundacionista que el país todavía está pagando.
Desde lo más alto del poder se reitera con jactancia que el mundo terminó adoptando la receta argentina. Como si se pudiera evaluar si una receta es buena o mala con independencia de la enfermedad para la que se la prescribe. Desde Keynes en adelante, es aconsejable que en la fase recesiva de un ciclo económico se adopten medidas expansivas: que se gaste más, que se expanda la cantidad de moneda, que se incurra en déficit fiscal. Es lo que están haciendo hoy casi todos los países. Del mismo modo, es natural que durante la fase más pujante del ciclo se adopten medidas contractivas: que se suba la tasa de interés, que se estimule el ahorro público y que se revalorice la moneda.
Es posible que a escala internacional se estén adoptando medidas que la Argentina puso en práctica durante los últimos años. Pero se las aplica en un contexto inverso al que imperaba cuando se las dispuso en el país.
El gobierno argentino fue expansivo en la expansión -hasta provocar una inflación de más del 25 por ciento anual- y ahora es recesivo en la recesión. Inflexibilidad con las retenciones, aumentos de tarifas, incautación de los ahorros jubilatorios: las políticas que más defiende el oficialismo coinciden en quitarle recursos a la economía, en la confianza de que el Estado sabe mejor que los ciudadanos cómo deben ser aplicados. Por eso es una fantasía jactanciosa suponer que el mundo nos está imitando.
Al contrario, algunos muertos que mataba la Argentina gozan de buena salud. El Fondo Monetario Internacional está jugando un rol crucial al asistir a decenas de países que no quieren ser refundacionistas, que quieren evitar el default y aligerar el ajuste de sus sectores privados. Una estrategia contraria a la que eligió la señora de Kirchner.
Si es por la toma de decisiones, tampoco muere un modelo. Al contrario, los países avanzados se muestran confiados en las reglas de juego de las instituciones republicanas y liberales. El Congreso de los Estados Unidos jugó un papel muy destacado en la discusión de los paquetes de ayuda que proponía el Ejecutivo. En octubre pasado llegó a rechazar uno. El presidente Barack Obama designó a economistas muy autorizados -Volcker, Summers, Geithner- en puestos clave para estimular la discusión, no para silenciarla. En la Argentina no sólo se desalienta el debate. Se silencian los datos.
Los países del G-7 y también algunos emergentes, como Brasil, Colombia, Chile, México y Sudáfrica, están bajando agresivamente sus tasas de interés; en los casos más extremos, como Estados Unidos y Gran Bretaña, a niveles cercanos a cero. Quieren evitar la recesión. Del mismo modo que antes, con tasas del 5 por ciento, querían evitar la inflación. Las autoridades de los bancos centrales resuelven su estrategia monetaria con absoluta prescindencia del Ejecutivo. Cambian el sesgo de su política para que el sistema siga siendo el mismo. Ese pragmatismo instrumental sólo prospera en sociedades donde el debate es apreciado y estimulado.
Durante la depresión de los años 30, también imperaron corrientes de pensamiento que programaban una refundación. En ese clima nacieron el fascismo y el nazismo. Se alentó una autonomía nacional agresiva, se avanzó sobre las decisiones empresariales, se fomentó la existencia de sindicatos de régimen.
Los países que alentaron el cambio del sistema pagaron costos altísimos por ello. Y los modelos que intentaron consagrar en reemplazo del viejo orden liberal colapsaron mucho antes de lo que sus artífices habían previsto.
Editorial ILas cuestiones morales en la crisis global (II)
El capitalismo ha demostrado tener más capacidad de supervivencia que los sucesivos intentos de refundarlo
lanacion.com | Opinión | Martes 24 de marzo de 2009
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