viernes, 2 de enero de 2009

¿Qué inexplicable fatalidad ha hecho de una nación progresista, un país regresivo?

Nadie espera que el Gobierno, en el año que se inicia, se oriente en una dirección innovadora. El matrimonio presidencial es previsible y, al hecho de que lo sea, mucho le debe la sombría certeza colectiva de que el año nuevo no será más que una copia fiel del que se fue.

Ninguna evaluación sensata de lo que ocurre en la Argentina puede promover expectativas de algo inédito. E inédito, en este caso, significa propicio para la República. Todo lo hará el Gobierno para seguir pareciéndose a sí mismo. A tal punto es obstinado y repetitivo en sus conductas, que seguirá sin advertir que ha liquidado su credibilidad. Su pensamiento es lineal, soberbio, inamovible. Su comportamiento, tercamente unidireccional. Por eso no aspira a un año nuevo, sino a más de lo mismo; más de ese tiempo homogéneo y constante al que concibe como única realidad admisible.

En cuanto a la oposición, debe reconocerse que ciertos gestos innovadores empiezan a insinuarse allí donde la intransigencia parecía irreductible. En tal sentido, el año que empieza podría llegar a ser, si no nuevo, al menos auspicioso. Si la oposición supiera articular buena parte de sus voces en un enunciado convergente y programático habrá evidenciado que, para ella, el paso del tiempo sí es aleccionador. De lo contrario, tendremos que concluir que, al igual que en el oficialismo, los años, en sus filas, pasan sin que la impermeabilidad al cambio indispensable sufra el menor deterioro. Porque de eso se trata, al fin y al cabo: de transformar una cultura política en la que la unidad se alcanza a expensas del pluralismo o el pluralismo florece en desmedro de la unidad.

La Argentina parece haber sido afectada por un deterioro moral prematuro. Ha conocido la decadencia antes de desplegar plenamente sus aptitudes para el desarrollo. Se diría que una senilidad súbita y precoz vulneró su organismo. Se la ve desvitalizada cuando apenas se apresta a cumplir sus primeros dos siglos de vida. Ante un panorama así concebido, no es indignación lo que falta. Indignación sobra entre quienes padecen cuanto ocurre. Falta fuerza política. Falta consumar ese pasaje de la protesta colectiva que en el año que terminó volvió a dispararse, esta vez de la mano del campo, al pronunciamiento opositor formalmente constituido en torno a un liderazgo político convincente.

Acaso no esté lejos el día en que esas dirigencias indispensables se constituyan. Y serán lo que deben ser cuando sepan advertir que las naciones, al igual que las personas, no crecen como consecuencia de los años que acumulan, sino cuando convierten en enseñanzas los desaciertos que esos años evidencian. Aproximarse a los dos siglos de historia nacional y seguir procediendo como si sólo se contara con treinta, es una patética demostración de inmadurez, de ceguera, de radical desorientación. Tal vez sea éste el mal primordial que nos caracteriza.

¿Qué inexplicable fatalidad ha hecho de una nación progresista, un país regresivo? Al siglo XX ingresamos con amplia conciencia de futuro. Al XXI, con un grado tal de apego patológico al pasado y a la repetición de nuestros errores que nos humilla a los argentinos y desconcierta al mundo.
Un año por renovar

Santiago Kovadloff

lanacion.com | Opinión | Viernes 2 de enero de 2009

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