Nos encontramos, en efecto, en el momento indicado para reflexionar sobre los diferentes factores que todavía se oponen a que la Argentina exhiba ante el mundo un nivel de madurez y transparencia institucional acorde con el prestigio que alguna vez llegó a tener en el continente americano.
Los argentinos no podemos perder más tiempo. No hace falta un esfuerzo demasiado grande para advertir que nuestro país continúa sufriendo los efectos de una anacrónica subordinación a los requerimientos de un populismo personalista y demagógico inconciliable con el espíritu republicano que presidió hace dos siglos el nacimiento de las naciones de América a la vida independiente.
Es cierto que ese personalismo de base populista proviene de un fatalismo cultural e histórico al que no ha podido sustraerse casi ninguno de los países que integran el subcontinente iberoamericano. Pero hoy debemos admitir que algunas de nuestras naciones vecinas han logrado escapar a ese antiguo maleficio institucional y han dado pasos positivos hacia la consolidación de un sistema político genuinamente republicano.
En la Argentina, en cambio, el populismo personalista sigue fuertemente insertado en nuestra cultura política. La base sustancial del liderazgo del ex presidente Néstor Kirchner -con su confusa combinación de autoritarismo e instrumentación del vínculo conyugal y con su implícita amenaza de perpetuar su influencia en el poder a cualquier precio- responde a ese personalismo tradicional tan opuesto al espíritu que debería presidir una genuina democracia.
En estos días se ha hablado de que el país estaría ingresando en la etapa del "poskirchnerismo". Es importante señalar que no es eso, de ninguna manera, lo que estamos reclamando de cara al año que acaba de comenzar. Lo que los argentinos nos debemos a nosotros mismos va mucho más allá del hecho circunstancial de que el liderazgo personal de Kirchner esté o no a punto de extinguirse. Lo que corresponde reclamar no es la supresión o la declinación de la figura del ex presidente y de su influencia pretendidamente hegemónica, sino la consolidación de un sistema democrático de partidos realista y maduro. No se ganaría nada con sustituir un personalismo por otro. La Argentina necesita consolidar una República transparente y de sólida base moral, en la que los populismos personalistas dejen de conducir la opinión pública con métodos, recursos y retóricas inequívocamente lesivos para nuestra dignidad.
El otro gran objetivo que nos plantea este nuevo año tiene que ver con el trazado de un rumbo económico basado en la definición de las estrategias de mediano y largo plazo. El país debe dejar definitivamente de lado las conductas inspiradas en necesidades de cortísimo plazo y las operaciones dirigidas a potenciar intereses de carácter político o electoralista. La única "caja" que los argentinos debemos administrar y fortalecer de aquí en más es la de los recursos genuinos que conforman la reserva intocable del Estado.
La confusión malsana entre los actos que comprometen a la Nación y los actos que benefician la conveniencia electoral de los dirigentes políticos debe cesar definitivamente, en pos del resurgimiento de la mejor tradición nacional: la que mostró al mundo, hace cien años, el perfil de una República identificada con los más altos valores de la modernidad, del progreso y del desarrollo moral y material que iluminaban en ese tiempo el pensamiento social y humano. El prestigio de ese país que estaba naciendo en el extremo sur del continente americano quedó registrado en la memoria pública con una denominación que se hizo leyenda y que resumió todo un prestigio: "La Argentina del Centenario". Es decir, la pujante y confiable Argentina de 1910, potenciada poco después con la introducción de la recordada ley Sáenz Peña.
Editorial IDos desafíos para el Bicentenario
Gobernantes y ciudadanos deberían abocarse a mejorar la calidad institucional y a promover el crecimiento sustentable
lanacion.com | Opinión | Domingo 18 de enero de 2009
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