lunes, 10 de noviembre de 2008

Toda la economía argentina manejada en cuatro paredes por los K.

Las intervenciones del Gobierno en el mercado financiero durante la semana pasada obligan a reflexionar sobre la posibilidad de que las turbulencias que allí se verifican terminen por convertirse en una crisis provocada por quienes, paradójicamente, tienen la responsabilidad de evitar que eso suceda.

Temerosa de seguir comprometiendo las reservas del Banco Central en su pulseada con un público que, ganado por la desconfianza, demanda dólares, la administración decidió llevar a la esfera de las finanzas los rudimentarios procedimientos con los que destruyó otros mercados, desde el agropecuario hasta el energético: comenzó por bloquear el juego de la oferta y la demanda de divisas para, en poco tiempo, incurrir en persecuciones y amenazas contra quienes no se pliegan a las instrucciones que se dictan desde una oficina pública.

Al igual que el método, también se repite el encargado de llevar esas ocurrencias a la práctica: es el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, quien operó durante toda la semana como si fuera un presidente del Banco Central en las sombras. Moreno amedrentó a banqueros sospechosos de vender dólares y a empresarios sospechosos de comprarlos. Pretender esa moneda es ahora casi un delito. Sin embargo, hasta poco tiempo atrás, era el Estado el que la adquiría, a destajo, con tal de mantener el "tipo de cambio competitivo". Ahora esa finalidad mutó en una especie de sedición imperdonable.

Las hostilidades se completaron con la designación de veedores especiales en las mesas de operaciones de los principales bancos porteños. Todo acompañado por esa coreografía de prepotencia y chabacanería con que Moreno acostumbra comunicarse.

Conviene no distraerse con ese folklore y prestar atención al objetivo que persiguen sus acciones: evitar que siga devaluándose el peso, impidiendo la compraventa de dólares. Así de rudimentaria, la estrategia no puede ser más débil. Equivale a que, para impedir la inflación, se prohibiera el consumo.

Este lineamiento general fue especificado en distintas instrucciones. En la ciudad de Buenos Aires hubo innumerables empresas que, como habían comprado dólares que no destinarían al comercio exterior, fueron invitadas a devolverlos en un plazo perentorio. Algunas quedaron al borde de la cesación de pagos, ya que habían adquirido las divisas para saldar sus deudas. A veces el encargado de reclamar esa contramarcha fue Moreno y otras veces fueron funcionarios del Banco Central.

Desde la Secretaría de Comercio y desde el Central también se pidió a los bancos que informaran la identidad de las empresas que compraron dólares. La AFIP, por su parte, reclamó información sobre los particulares que hubieran adquirido más de 100.000 dólares y que, a la vez, sean titulares de cajas de seguridad. Parece impecable que la oficina encargada de la recaudación combata la evasión fiscal. Lo que luce intimidatorio es que aplique ese celo casi exclusivamente a las compras de dólares y no a otras colocaciones financieras en las que también podría detectarse dinero negro.

El modus operandi de Moreno llevado al delicado reino de las finanzas está destinado a causar más daños que los que supuestamente pretende evitar. En principio porque, al contaminarlo con la incertidumbre, desalienta el comercio exterior. Nada menos aconsejable en un contexto recesivo como el que se está configurando a escala global y nacional en estos días.

Además, la fascinación de ese funcionario por los procedimientos policíacos aumenta la sensación de que el Gobierno está desesperado frente a los desequilibrios cambiarios y, lo que es peor, que carece de un plan más sofisticado para enfrentarlos. La desconfianza en el peso, por ese camino, irá en aumento.

Las consecuencias de las malas prácticas que se conocieron la semana pasada están a la vista: se extiende la venta clandestina de dólares y gana firmeza la presunción de que el Gobierno podría intervenir de manera más enfática en el mercado de cambios.

Sólo falta que Moreno traslade al Banco Central el arsenal de manipulación estadística aprendido y practicado en el Indec. No sólo afectaría la transparencia de la contabilidad de esa institución, sobre la que ya existen muchas sospechas, sino que daría verosimilitud a una hipótesis que hoy circula en el mercado: la posibilidad de que el secretario de Comercio intente modificar los contratos de ventas de dólares a futuro.

Una de las incógnitas más inquietantes que pesan sobre la política cambiaria está referida a cómo el Banco Central hará frente a los compromisos de vender dólares baratos que asumió hace ya meses, en su intento de desalentar la tendencia a la devaluación del peso. El vencimiento de esos contratos, en los que el Central promete, por ejemplo, entregar cientos de millones de dólares a una cotización de 3,20 pesos a fines de año, podría impulsar a Moreno a realizar tergiversaciones como las que puso en práctica en el cálculo de la inflación, cuando se propuso reducir el rendimiento de algunos títulos públicos.

La espesa atmósfera que envolvió al sistema financiero durante la última semana y las perspectivas de que el mercado cambiario pierda toda transparencia confirman de manera lamentable varios de los vicios de la política económica que se ensaya hoy en la Argentina.

Algunas de esas deformaciones son conceptuales. La más evidente es una visión de la economía que se ilusiona con manipular los movimientos del mercado como si fueran fuerzas físicas. Otras son institucionales. La pérdida de autonomía del Banco Central, por la que se levantó una advertencia desde estas páginas al comienzo de la semana pasada, traspuso en los últimos días límites impensados. Las autoridades de esa entidad dejaron caer, con la irrupción de Moreno en la esfera de su exclusiva competencia, la última valla que quedaba para que aquella independencia dispuesta por la ley fuera sepultada.
Editorial IIntervencionismo y mercado cambiario
lanacion.com | Opinión | Lunes 10 de noviembre de 2008

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