martes, 4 de noviembre de 2008

Jugando con fuego

Pongamos por un momento entre paréntesis los principios para poder concentrarnos mejor en lo que está ocurriendo y puede ocurrir a partir de la anunciada "reforma previsional". Lo más evidente es la preocupación y aun la angustia de la mayoría de la población más por la situación interna que por la crisis global.

La dramática caída de los activos argentinos supera la de casi todos los países emergentes. Incluso los optimistas inveterados estamos en retirada táctica, y los fantasmas de 2001 ya han reaparecido, nada más y nada menos.

Estos sentimientos llevan a consumir e invertir menos, y por lo tanto a ahorrar más, pero no en pesos ni otros activos argentinos, sino en dólares.

Un segundo, notorio efecto, es la brutal caída del crédito del país, lo que no implica tan sólo que no se le prestará al Gobierno, como claramente ha dicho el FMI. También caerá la inversión directa, subirán las tasas de interés y las empresas encontrarán cada vez más dificultades para tomar créditos o, peor todavía, para refinanciar sus deudas.

La actividad económica está en franca desaceleración, y en algunos sectores, como los bienes durables, ya en recesión.

Junto a la vuelta de las lluvias, la única buena noticia es una baja de la inflación, pero esta tendencia sólo se afianzará si se logra ordenar la desvalorización del peso, lo que no ocurrirá por los solos empeños del Banco Central ni mucho menos de manera espontánea.

Quienes más sufrirán con todo esto serán los más débiles. Hoy los más pobres, mucho más expuestos a perder el empleo y a ver deteriorados sus ingresos. ¿Y mañana? Si se aprueba este malhadado proyecto, y siguiendo la tradición nacional los fondos expropiados se gastan, también sufrirán mucho los débiles del futuro.

Los jubilados, a quienes se prometen haberes que serán impagables, y los chicos y jóvenes de hoy, que ya adultos deberán hacer esfuerzos adicionales para mantenerlos.

Si no se reconsidera el proyecto presentado al Congreso se agravarán las amenazas que penden sobre todos nosotros. Ojalá el Gobierno entienda que no está rifando sólo su suerte, sino la del país.

Por Juan José Llach
Para LA NACION

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