Una de las fallas más importantes que revela de manera dramática la actual crisis es la de un enorme sistema financiero mundial que descansa sobre débiles pilares locales. Mientras el dinero viaja por el mundo a la velocidad de la luz disparado con un simple tecleo en una computadora, los entes públicos encargados de regular los flujos monetarios y las instituciones financieras deben operar dentro de rígidas fronteras nacionales.
Más aún, las decisiones necesarias para enfrentar las crisis de esta magnitud trascienden a los entes gubernamentales que regulan el sistema financiero y deben ser tomadas al más alto nivel político por funcionarios elegidos cuyo principal incentivo es retener el apoyo de sus votantes. Y como bien sabemos, la política es siempre local. Así es cómo los requisitos impuestos por un sistema financiero globalizado chocan con las realidades de políticos que responden a las exigencias de sus electores locales.
Esta asimetría entre el dinero global y la política local explica, por ejemplo, las respuestas europeas a la crisis. Estas respuestas han pasado por tres etapas. Primero fue la negación: "Es una crisis estadounidense que no tiene por qué afectarnos", aseguraban los líderes europeos. La segunda etapa fue la de sálvese quien pueda. Al ver que la crisis los estaba afectando, cada país tomó medidas de manera aislada y sin consultar ni preocuparse por las consecuencias que tendría para los demás.
Irlanda encabezó la estampida al garantizar los depósitos en sus principales bancos por dos años, lo cual disparó respuestas parecidas en otros países. Y finalmente la tercera etapa: solos no podemos. Es la etapa donde domina la convicción de que esto es grande y grave, que vamos a tener que meter mucho dinero y que por eso es mejor trabajar juntos.
Esta nueva disposición a la colaboración y la coordinación de respuestas tuvo una importante manifestación en los recortes a los tipos de interés que hizo el Banco Central Europeo en sincronización con sus equivalentes en Estados Unidos, China y otros países. Esta buena noticia, sin embargo, confirma las tensiones entre el dinero global y la política local. No es por casualidad que los bancos centrales fueron quienes más rápidamente coordinaron sus actuaciones: están diseñados para que puedan tomar decisiones sin demasiadas interferencias políticas.
La situación es muy distinta y menos cómoda para los jefes de Estado y ministros de Economía que ahora se ven enfrentados a dedicar inmensos fondos públicos para salvar bancos, proteger los depósitos, evitar que fracasen más instituciones financieras y evitar el pánico.
Lo más difícil que deben hacer, y muy pronto, es desbloquear el crédito. Como los bancos -ni nadie- ahora no saben cuánto valen las propiedades ni a cuánto ascienden las deudas de los otros bancos o empresas a quienes solían prestar y como no saben si deberán enfrentar una situación que los deje a ellos mismos sin liquidez, escogen no prestarle nada a nadie. Y si nadie presta, la economía se traba.
OpiniónLa debilidad del sistema global
Por Moisés Naím
lanacion.com | Exterior | Lunes 13 de octubre de 2008
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