Mientras en los Estados Unidos hay dos partidos grandes, Republicano y Demócrata; las elecciones abiertas comienzan con once meses de antelación a la elección nacional y se extienden durante un semestre; nadie es elegido a dedo y los partidos se alternan en el poder, en la Argentina las cosas son opuestas.
Hay 630 partidos nacionales y locales de los cuales uno solo, el justicialismo, tiene fuerza política; casi ninguno realiza siquiera internas cerradas y los candidatos son elegidos a dedo por un gran elector o, a lo sumo, por un grupo de notables de cada partido.
Así, los argentinos nos enteramos el 1° de julio, gracias a la prensa, de que la ahora Presidenta se convertía en la candidata y nunca los postulantes se enfrentaron en controversia alguna ni al escrutinio electoral del público, hasta el día de la elección.
Por otra parte, en los Estados Unidos, si se tiene en cuenta que el gobierno de Bill Clinton fue exitoso, parece que nadie imagina que el gobierno de su esposa sería similar. En cambio, ¿alguien puede imaginar que el gobierno de Néstor Kirchner y el de la ahora Presidenta podrían ser muy distintos? ¿Acaso se sabía, antes de la elección de octubre, cuál sería el programa de la gestión actual?
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Invariablemente, en nuestro país, todos los gobiernos prometieron llevar a cabo la actualización del sistema político.
Hubo un atisbo de que ello podría ocurrir en 2002, cuando se sancionaron tres leyes de reforma política. Pero, hoy, seis años después, aquellas normas fueron parcialmente derogadas -se anuló la obligación de hacer elecciones internas abiertas, por ejemplo-, y parcialmente violadas, tanto por el peronismo como por casi toda la oposición.
Por ejemplo, la Cámara Electoral le ordenó al justicialismo dar fin a la intervención, algo que no se sabe cuándo ocurrirá. Pero, más allá del justicialismo, ¿cómo puede un país ser verdaderamente democrático si sus células, los partidos, no lo son y si sus habitantes no son convocados a ejercer la democracia en plenitud?
La democracia norteamericana no es perfecta y los estudiosos más agudos, como Robert Dahl y Ronald Dworkin, aun con visiones muy distintas, sugieren correcciones. Incluso, el actual mandatario, George W. Bush, aprovechó algunos de sus vicios para quedarse con la elección de 2000.
Pero si la democracia es una cuestión de grados, hay que admitir que la Argentina es infinitamente más defectuosa que la de los Estados Unidos y que tiene mucho por aprender y por mejorar.
Temas de la Justicia
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