
Con los pantalones casi a rastras, Natalia va de un lado a otro. Es gracioso ver cómo se para frente al espejo con un vestidito amarillo y el jean que le llega a los tobillos. Gira, vuelve a girar y de nuevo de frente al espejo le pregunta a Adriana: “Y éste, ¿qué tal?”. Adriana es la otra Oreiro, la hermana mayor, la que viste a la muñeca que se resiste a sacarse el pantalón. Por un instante uno puede imaginar un viaje en el tiempo y sorprender a Natalia y Adriana robándole la ropa del placard a Mabel, la mamá, en una tarde uruguaya. Un juego de niñas. Algo de eso hay y ellas lo saben, se ríen y lo disfrutan como cómplices de aquellos recuerdos, plasmados en esos retratos en blanco y negro de dos nenas –demasiado fáciles de identificar– que cuelgan en una de las paredes del taller en el que Nati y Adriana dieron vía libre a la primera colección de Las Oreiros, la casa de ropa que abrieron en el corazón de Palermo Soho y que las tiene como diseñadoras.
“El alma de Las Oreiros es infantil”, asegura Natalia, ya con los pantalones bien puestos y una taza de café con leche entre manos. “De alguna manera, esto, lo que hacemos con Adriana, tiene que ver con lo que somos, con lo que hacíamos de chicas, porque esta imagen que vos marcás me recuerda esos momentos en los que le sacábamos el vestido de novia a mi mamá, que lo tenía envuelto en papel azul para que no se le pusiera amarillo, nos lo poníamos y nos paseábamos por toda la casa.” De esa alma, como les gusta decir a las Oreiro, está impregnada cada prenda. “Mirá acá”, dice Adriana, y muestra un vestidito bastante sexy que en su interior está repleto de vaquitas de San Antonio, al igual que una campera de verano que trae a la memoria los viejos pintorcitos de los años 70, que de yapa en su costura (para amantes de los detalles) trae un sinfín de lunares.
“Heredamos mucho de mamá, porque ella nos cosía toda la ropa –aclara la actriz y cantante–. Al comienzo, por un tema económico, porque no tenía un peso, y cuando algo tenía lo gastaba en telas para hacernos a las dos la misma ropa. Y eso era terrible.”
–¿Por qué terrible?
–Porque siempre estábamos iguales, no sólo vestidas iguales, sino que la ropa tenía el mismo color, y lo peor de todo es que Adri tiene cuatro años más que yo.
Para que no queden dudas, Natalia muestra unas fotos donde se las ve a las hermanitas vestidas i-gua-les. “¿Ves?”, pregunta, y Adriana simula un puchero en busca de comprensión. “¿Te acordás de la época en que papá traía jeans porque su amigo trabajaba en una fábrica?”, le pregunta a Natalia, y enseguida recuerda los momentos en que las Oreiro vestían jeans para toda ocasión. “Eso sí –aclara Natalia–, mamá, para hacerlos diferentes, les dibujaba y les pintaba distintas cosas, como la cara de Mickey, Tweety, lo que se te ocurriera.”
Corte y confección
Por dos años compartieron las clases de corte y confección. Adriana tenía 16 y Natalia, 12. “Soñábamos con ser diseñadoras de moda –confiesa la actriz de Sos mi vida–. Y lo que hoy hacemos es cumplir con ese sueño.”
Adriana viajó a México y se recibió de diseñadora de indumentaria. Natalia se instaló en Buenos Aires y comenzó una exitosa carrera como actriz, a la que impuso su sello y también su particular manera de vestir.
–¿Y cuándo decidieron unir fuerzas?
Adriana: –Un día después de que me recibí, Nati me llamó y me preguntó: “¿Querés qué hagamos el sueño realidad?”
Natalia: –Le dije que lo pensara y que lo hablara con Sergio (su marido), porque era una decisión que iba a modificar su vida.
“Andá y hacelo realidad”, le dijo Sergio. Hace ya un año y medio que Adriana se instaló en Buenos Aires. Su marido, publicitario, viaja una vez por mes. En ese tiempo, quedó embarazada y fue mamá de Mía (la nena participó en Sos mi vida), y juntas comenzaron a desarrollar el plan. “Compramos esta casa (que reacondicionaron como taller, ubicado en Murillo al 700) y pensamos de qué manera complementarnos.”
Pero no sólo se trata de telas. De corte y confección. “Es cierto, hay algo más personal –asegura Natalia, casada con Ricardo Mollo, líder del grupo de rock Divididos–. Tenía 16 años cuando me fui de Uruguay y me vine sola para acá; este proyecto para mí significa volver a tener una familia.”
–¿En qué sentido?
–De chica tenía eso de no importarme nada de la familia, pero ahora disfruto que pasemos todo el día juntas. Más allá de concretar este sueño, estoy feliz de tener a mi hermana a mi lado.
“Hace tanto tiempo que con Nati no compartíamos el día a día –reconoce la otra Oreiro–. Y lo más importante es que poco a poco nos estamos conociendo como adultas.”
“Y nos llevamos mejor ahora que de chicas –dispara Natalia, y se acerca para mostrar una pequeña cicatriz en su frente–. Me tiró contra la mesa de luz porque no la dejaba armar la cama. Yo era insoportable.”
“No había manera de que se quedara quieta”, remarca Adriana, que prefiere que sea sólo Natalia la fotografiada para esta nota.
En todo momento las hermanas se complementan: funcionan como una pareja de enamorados que completan la frase del otro, las ideas. Son diferentes, y ése es el sello que imponen a su marca. “Las Oreiros habla de dos hermanas –explica Natalia– y todo lo que tiene que ver con dos mujeres diferentes. En la campaña, la modelo soy yo, pero con un look rubio (haciendo alusión a Adriana) y también morocho, para que permanentemente esté presente ese juego.”
Siempre fue así. Adriana cumplía con todas las reglas. Natalia las rompía. “A ella le gustaban los chicos bien prolijos; a mí, los hippies, los más sucios, los feos. Yo era la rebelde de la familia”, cuenta Natalia.
–Mucho no cambiaron: vos estás con un rocker (Ricardo Mollo, cantante de Divididos) y Adriana con un creativo publicitario.
–Sí, pero con un rocker bien limpito. Y si, Sergio es superprolijo (dice Natalia, buscando la aprobación de su hermana mayor).
En la era de la madurez
Fue a los 26 años que Natalia decidió dar un giro a su vida y tomó el toro por las astas, como buena taurina. “Hay cosas que ya no me hacen feliz; entonces, para qué seguir haciéndolas”, pregunta, y mira sabiendo que uno va a asentir con la cabeza. “Estoy en la búsqueda. Ojo, animarme a hacer otras cosas, a decir que no, me da miedo, pánico, pero hay que jugarse.”
Y en ese animarse, la actriz y cantante abrió una oficina en su casa, donde ella misma maneja su carrera siguiendo su instinto, sin manager. “Me hago cargo de mí misma.”
–Con todo lo que eso implica.
–Y sí, tiene que ver con lo que quiero ahora; en esto de cumplir sueños, a mí no me gusta quedarme con eso de “¡uh!, hubiera estado buenísimo”. Voy y lo hago. Yo no tengo grandes sueños, no busco triunfar en Hollywood, prefiero poner la energía en cosas más personales que en las utopías.
–¿Un signo de madurez?
–Creo que sí, de no echarle la culpa a nadie, porque la responsabilidad es de uno. Y te equivocás, y mucho, a pesar de todas las ganas y la garra que le pongas para hacerlo bien. Es un aprendizaje.
–Los cambios suelen asustar.
–Se les tiene mucho miedo a los cambios, pero yo siempre los busqué, y es algo que me han reprochado en mi carrera. ¿Por qué querés cambiar si te sale bárbaro esto? Pero el camino seguro tiene fecha de vencimiento.
Chocolates y muchos colores
La moda es un estado de ánimo. Eso aseguran las hermanas uruguayas. “Estamos convencidas de que es así, y por eso es tan importante para nosotras que la gente que trabaja en el taller se sienta bien”, comenta Natalia, cara visible de la campaña lanzada por la Organización Internacional para las Migraciones, con la consigna “No a la trata de personas, no a la esclavitud moderna”.
“El rubro textil es muy tirano –asegura la actriz–; por eso, antes de meternos en esto, con Adriana nos asesoramos mucho. Obviamente queremos que funcione, pero no a cualquier precio. Valoramos el trabajo de cada uno y creemos que si uno está bien, si se siente bien, la buena energía se transmite.”
Colores y más colores son los que cuelgan en cada rincón del local de Las Oreiros en Palermo (Honduras y Armenia), que incluye una chocolatería. “Sí, una chocolatería –repite Natalia–, porque soy adicta al chocolate y representa un espacio de celebración, de placer absoluto. También hay un lugar bien rojo, decorado con satén rojo medio escondido para la venta de lencerías muy mariconcitas para una noche de amor. Queremos que el lugar tenga muchos espacios bien diferentes y que los que entren se sientan transportados por la selección de música medio retro que prepararon mis amigos (el DJ Javier Zucker y Pedro Segni, de Club 69).”
En el momento en que Natalia calla –no son muchos–, Adriana se sincera: “Tiene un corazón enorme”.
–¿Por qué decís eso?
–Porque, más allá de que a Nati le encanta todo esto, sé que lo hizo para cumplirle el sueño a la hermana.
Se toman de la mano, se emocionan. “Es volver a tener una familia”, dice la uruguaya más chica, la que hoy, a los 30 años, necesita más que nunca de sus afectos.
Fuente: La Nación
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