¿Esta arma de destrucción masiva que es el hambre puede considerarse fatal? “De ninguna manera –contesta Ziegler–. La agricultura mundial podría alimentar al doble de la humanidad actual. El hambre es obra del hombre.”
Lo triste viene ahora: hasta hace dos años, Ziegler admiraba a Lula y lo exaltaba como ejemplo, por su determinación de renegociar la deuda externa punto por punto y por su reconocimiento de que Brasil tiene 44 millones de ciudadanos subalimentados. Pero se preguntaba cómo se las arreglaría el presidente brasileño para salir de semejante situación, acogotado como estaba por una “deuda odiosa”.
Los recientes acontecimientos le han aportado la peor respuesta posible: ponerse en yunta junto a Bush con el propósito de reducir la deuda, haciendo entrar divisas gracias a los agrocarburantes y exhortando a los países africanos a hacer lo mismo es abrir las compuertas de una catástrofe alimentaria nunca vista hasta hoy.
Las cifras dan frío en la espalda. Si este agrobusiness que cosecha fortunas incalculables tiene lugar, 26 millones de hectáreas de tierras cultivables servirán para producir bioetanol y biodiésel en vez de comida. Con los 232 kilos de maíz que se necesitan para destilar 50 litros de bioetanol, un chico mexicano o africano vive un año. Sin contar con que el proceso de fabricación requiere tanta agua y energía que las ventajas relacionadas con la pureza del aire se reducen. Pero, además, ¿ventajas para quién? ¿Para los ciudadanos de países ricos que conducen coches ecológicamente correctos con la viñeta verde, mientras la deforestación planetaria (en Indonesia ya es un hecho, y de Africa ni hablemos) y el cultivo intensivo de la soja y el maíz con fines industriales encarecen el precio de los alimentos de manera inaudita?
En pocos meses el precio mundial del trigo se ha duplicado, y el del maíz mexicano, cuadruplicado, y no precisamente para hacer pan ni esas tortillas chatas que van con aguacate, o que iban. “El hambre va a aumentar de modo aterrador”, predice Ziegler. Aclaremos que ni Serge Latouche propone un regreso a la Edad Media, sino a la economía de los años 60 en los países “desarrollados”, ni Jean Ziegler se muestra nostálgico de la carreta tirada por bueyes ni tampoco del petróleo, por suerte en extinción. Lo que este último acaba de reclamar en su calidad de informante alimentario es bastante más sencillo: una moratoria de cinco años, antes de que el plan Bush-Lula vea la luz. ¿Por qué precisamente cinco años? Porque dentro de ese lapso los progresos de la ciencia y la buena voluntad de una empresa, Mercedes (y que las hay, las hay), lograrán ultimar los detalles de un nuevo biocarburante hecho con residuos agrícolas, con las partes no comestibles de ciertas plantas y con un arbusto de zonas áridas, la jatrofa, que nadie ha comido nunca y cuyo empleo no arriesga con dejar los platos vacíos.
Volviendo a Lula, el ex ídolo de Ziegler está debiendo enfrentar la pelea contra los campesinos Sin Tierra que en un principio tanto lo apoyaron, ahora conscientes de que la torta no será para ellos. ¿Y por casa? El día en que los porteños que salimos de vacaciones nos preguntemos qué será esa plantita más bien palidona que se extiende ininterrumpidamente hasta el horizonte, allí donde antes hubo cultivos de colores apetitosos, y nos contesten “soja y más soja”, quizá nos decidamos a formar parte de la movilización mundial en contra de este plan al que el suizo menos amante de los relojes y de los chocolates no se priva de llamar “crimen contra la humanidad”.
Por Alicia Dujovne Ortiz

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