lunes, 5 de noviembre de 2007

Epoca dorada para la leche.

Los productores de leche de vacuno están viviendo una auténtica etapa dorada, mientras los demás ganaderos sufren una durísima crisis de rentabilidad. El precio de la leche no para de subir. Si en junio pasado se pagaba en origen a 0,27-0,30 euros el litro, ahora, cuatro meses después, se cotiza a 0,55, y los granjeros auguran que aún no se ha tocado techo y que a finales de año estará por encima de 0,60, de los míticos "veinte duros de antes".

Si acaso también se salva de la 'quema' ganadera en estos momentos el sector avícola, aunque en este caso los beneficios de unos precios altos de venta de la carne, que compensan con creces los sobrecostes de los piensos, apenas repercuten en el bolsillo de los granjeros, ya que la mayoría están en régimen de 'integración', ligados por contratos a largo plazo con las llamadas empresas integradoras. Estas suministran los polluelos, el pienso, los medicamentos y el asesoramiento tecnológico para producir, y los granjeros ponen la inversión de sus instalaciones, su trabajo y los costes de agua y energía. Su remuneración no suele variar a corto plazo en función del mercado, sino que está ligada a un tanto por kilo producido y en función de los días transcurridos y las bajas registradas.

Los ganaderos de leche también están ligados a centrales lecheras o industrias de derivados lácteos, a las que aportan diariamente su producción, pues no cabría funcionar de otra manera en estos tiempos. Pero, a diferencia de la ganadería de integración, son dueños de sus animales, y aunque están sometidos a condiciones contractuales, la evolución de la situación internacional del mercado lácteo les ha permitido conseguir con cierta facilidad que las industrias a las que proveen comprendan que debían seguir la estela de las subidas mundiales de precios para no quedarse sin proveedores.

Hay otro factor esencial que marca las diferencias entre estos dos sectores ganaderos que viven buenos tiempos en medio de la grave crisis que afecta a los demás productores de carnes. Se trata de la diferente capacidad de maniobra. El ciclo de cría y engorde de un pollo es de menos de dos meses y el de una vaca lechera es de varios años hasta que esté en condición de producir. En carne de aves resulta relativamente fácil cambia estrategias sobre la marcha y frenar o acelerar, según la demanda y las perspectivas del mercado. Con la leche no cabe improvisar, aparte de que el actual régimen de cuotas ha frenado hasta ahora que pudiera producir más quien así lo deseara.

Los productores de leche tienen encima la ventaja adicional de que dependen menos de los piensos elaborados con cereales y soja. Las vacas comen sobre todo forrajes. Es decir, soportan en menor medida el encarecimiento de la alimentación.

En este caso no cabe echar las culpas de la subida del producto final al encarecimiento del trigo o la cebada. Si así pudiera relacionarse, también subirían sus precios los productores de carne de vacuno, ovino o porcino, que sufren, en cambio, un estancamiento o incluso bajada de lo que les pagan por sus animales. No, lo de la leche ha sido espontáneo, una consecuencia de la fluctuación del mercado, de que se ha disparado de repente la demanda y no hay bastante producción en el mundo para atenderla.

China, la India y otros países que producen poca leche se han convertido en grandes consumidores y pagan por disponer del producto, pues han puesto en marcha vastos planes de mejora de la alimentación de sus habitantes, sobre todo de la población infantil. Las empresas multinacionales que les abastecen acuden a donde pueden y pagan en consecuencia. Son las conocidas en el sector como "las deshidratadoras", puesto que la leche se exporta deshidratada, para reducir los costes de transporte, y luego se recompone añadiéndole agua.

Hasta hace poco, la leche que sobraba en Europa se almacenaba en polvo. Ahora no sobra y se la rifan. Y parece que durará la racha.

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