Por Ricardo Coler
martes, 30 de octubre de 2007
Mujeres al poder
Una mujer está a punto de ocupar un sitio de máximo poder. Seamos sinceros: un poco inquieta. No es algo a lo que estemos habituados. Hasta ahora, los presidentes tuvieron sólo dos posibilidades: hacer un buen gobierno o hacer uno malo. Una mujer tendría otra opción: hacer un gobierno inesperado. Sin embargo, alcanzaría con que cumpliera como presidenta. Pretender que además lo hiciera como mujer sería, en nuestra sociedad, una demanda oscura. Que una mujer llegue al poder no significa, por ningún concepto, que vaya a gobernar como una mujer. Por lo general, ocurre todo lo contrario. Ella puede hablar de la misma manera, establecer los mismos lineamientos y pelear por lo mismo que pelea un hombre. Cualquier observación al respecto es discriminatoria: nada le impide a una mujer, por ser mujer, manejarse en la política como un varón. La corrección política nos obliga a repetir hasta el cansancio que el sexo de quien desempeña el cargo es irrelevante. Entre nosotros, es cierto. Lamentablemente, es cierto. En nuestra sociedad, el poder tiene características masculinas y masculiniza a quien lo ejerce. Quizá por eso tenemos la fantasía de que si una mujer ocupa un cargo y cuenta con ideas propias será dura, distante y un poco más nerviosa. Pero esto no significa que una jefa sea como un hombre todo el tiempo. Cuando no ejerce su función de jefa puede recuperarse y volver a ser, sin ningún problema, la otra que era antes. Pero mientras hace de jefa, se le complica. La forma en que puede ejercer el mando es siempre masculina. Distinto de como se manejan en las sociedades donde mandan las mujeres como mujeres: las sociedades matriarcales. En las sociedades matriarcales importa, y mucho, qué sexo manda. A nadie se le ocurre decir que da lo mismo, que puede ser cualquiera y que no interesa si los encargados de conducir son hombres o mujeres. Allí mandan las mujeres, y punto. Pero lo fundamental no es que manden ellas. Lo fundamental es que lo hacen con un estilo propio, sin copiar el modelo masculino. No hace falta aclarar que eso no significa que todo el mundo use colorete ni que haya una tendencia generalizada a llorar cuando cae la tarde. Hay muy pocas sociedades en las que las mujeres, por su condición de mujeres, son las que mandan. En ellas no necesitan ocupar cargos ni contar con la mayoría en las cámaras legislativas ni instalarse en los puntos estratégicos del poder. En las sociedades matriarcales ninguna mujer ejerce el mando como lo hace el varón de nuestra sociedad. Y les va tan bien, que sus hombres ni protestan ni se burlan. Al contrario: ellos son los principales defensores del sistema.
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