sábado, 29 de septiembre de 2007

El mejor amigo del hombre

"Señal que cabalgamos"
Según muchos estudios norteamericanos, con estricto seguimiento etiológico, del mundo animal puede venir un simple pero efectivo remedio para el "mal de la vejez". Se trata de "una nueva, económica y eficaz medicina", como gusta repetir en su entusiasmo la investigadora Judith M. Siegel, de Los Ángeles, California.
Frente a los hechos, la hipótesis suena innegable y sugestiva. En los EE.UU. desde hace tiempo proliferan las experiencias en materia de comunicación entre ancianos y animales domésticos, investigaciones que financian y promocionan organizaciones de indiscutible prestigio, como la californiana Lathan Foundation of Alameda, o la Delta Society of Renton, un centro experimental de Washington que, en la actualidad, coordina cerca de 2500 grupos de trabajo en cárceles, escuelas, hospitales y geriátricos para medir la actuación de programas recuperatorios, alternativos, basados en las propiedades psicológicamente regenerativas de las relaciones hombre-animal.
Idéntica hipótesis es sostenida también en otros países. En Italia, sobre todo en los pueblos, millares de ancianos buscan aliviar la tristeza de sus años póstumos con un compañero de cuatro patas, tolerante, afectuoso, pleno de ternura y, fundamentalmente, solícito y fiel.
El ladrido de un perro, parafraseando la cervantina quijoteada, es segura señal de existencia y condición significante.
La responsabilidad, revés de la isla
Debería hacerse una gran campaña titulada: "Un animal a cada anciano para evitar el hospital", escribe el geriatra italiano Francesco Antonioni. Este médico especialista es uno de los testimoniadores de la terapia, al advertir que la presencia de un animal impone al anciano la recuperación del intercambio afectivo, recurrente, entablado en el dar y no sólo recibir. Relación ésta, que a edades avanzadas suele faltar de manera que acelera los procesos destructivos seniles.
Se descuenta que al tener responsabilidad por alguien y para otro, el anciano va a tornarse más activo y, nuevamente necesario, preocuparle y recuperar su cuerpo. Decide así, más o menos consciente, impedir las conductas abandónicas, enfermarse -en procura de atención y afecto-, dejarse morir… Necesario, imprescindible, su jornada adquiere ritmo, motivándose de conformidad a los tiempos y requerimientos del animal pendiente.
Pero, lo más importante, el poder tranquilizador de la caricia y el goce ante la sola presencia del perro o el gato suyo, lleva a inferir que la extraordinaria capacidad de sentir, de compartir, de amar y conocer… no se pierde nunca.
En suma que, a pesar de los años, el valor individual reside en aquello propio; pero el orgullo, en lo que llevamos dentro pugna por un generoso desborde.

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